lunes, 20 de abril de 2015

Pueblos indígenas para el mundo del mañana

Al principio del 2014 nos hacíamos eco en esta revista de la publicación de El mundo hasta ayer, del prestigioso antropólogo Jared Diamond. La polémica acompañó a este libro por las duras críticas de la organización Survival International ante las ideas expuestas en él de que algunas sociedades “tradicionales” se comportaban de la misma manera que miles de años atrás y que la intervención de los Estados “modernos” había servido para pacificarlas.
Llega ahora a nuestras manos Pueblos indígenas para el mundo de mañana, obra del también antropólogo Stephen Corry, presidente de la organización de defensa de los pueblos indígenas Survival International y autor de las duras críticas antes citadas. Este libro representa una rápido y ameno, y no por ello menos profundo y completo, repaso a lo que han sido y son los pueblos indígenas y está hecho mirando desde vertientes diferentes a las que acostumbramos a utilizar en relación a estos temas, por lo que no es posible concluir su lectura sin replantearse muchas de las creencias que nos han llegado desde la historia, la cultura o hasta el cine sobre los pueblos indígenas.

Para empezar, ¿qué son los pueblos indígenas y tribales?
Hablar de pueblos indígenas y tribales  es, sin duda, hablar de minorías, lo que en muchos casos conlleva un injustificado menosprecio. Aunque así fuere hablamos de minorías que representan en todo el mundo a ¡370 millones de personas!
Pero, ¿qué es un pueblo indígena? ¿qué es un pueblo indígena tribal?
Definirlo de manera exacta es muy complicado, como nos puede dar una idea el que “pueblo”, un concepto que, en principio, todo el mundo parece entender, pueda tener también varias definiciones.
Con todo, el autor nos define pueblo indígena como los descendientes de quienes estaban en el lugar antes de la llegada de otros que ahora constituyen la sociedad mayoritaria y dominante. Se definen en parte por su ascendencia, en parte por los rasgos particulares que indican su diferencia en relación con quienes llegaron más tarde, y en parte por la visión que tienen de sí mismos.
Pero dentro de los pueblos indígenas existen los que además se pueden definir como tribales (un 40% de esos 370 millones) y según Stephen Corry se podrían definir como aquellos que durante muchas generaciones han mantenido formas de vida eminentemente autosuficientes, y que se diferencian claramente de la sociedad mayoritaria y dominante



¿Es nuestra manera de vivir la mejor de todas las que existen?
Son innumerables las formas de vida que existen en nuestro planeta entre los humanos aunque en las sociedades occidentales industrializadas contemplamos la nuestra como la mejor, y muchas veces, la única posible, y a la que cualquier ser humano debe aspirar. Pero, ¿esto es así?, nos plantea el autor, ¿realmente son tan diferentes unas y otras?
Los roles adjudicados a cada sexo –desde la división del trabajo al cuidado de los niños- son universales y se encuentran en todas las sociedades por muy “antiguas” o “modernas” que podamos denominarlas.
Los pueblos indígenas se rigen también por leyes, existiendo miles de sistemas legales además de los que conocemos y nos rigen.  El castigo también resulta universal ante los quebrantamientos de esas leyes, aunque estos se utilizan en menor medida cuanto menos numeroso es el pueblo en cuestión. Y si bien el castigo violento es utilizado por muchos pueblos –de muy diversas maneras- así como la expulsión, también existen métodos tan útiles como la vergüenza, ridiculizar al infractor frente a los demás.
La violencia a la hora de resolver conflictos se da en los pueblos indígenas  de diversas maneras, llegando en algunos casos a formas extremas, si bien otras sociedades las limitan a rituales lo menos lesivos posibles o simplemente la evitan.
Es habitual considerar a los pueblos indígenas como atrasados, basándose muchas veces en sus conocimientos y utilización de números o en su lenguaje. Si bien muchos de estos pueblos utilizan muy pocos números o miden el tiempo de una manera muy diferente a la nuestra, muchas de sus lenguas son bastante más complejas que las utilizadas en las sociedades industrializadas: los inuits tienen decenas de palabras para referirse a la nieve según ésta sea, los bosquimanos utilizan vocales, consonantes, chasquidos y otros sonidos dentro de sus diversas lenguas…
Aunque de manera diferente a como se utiliza en nuestras sociedades, los pueblos indígenas no son ajenos a la producción y  consumo de drogas –fermentación de mandioca, tabaco, coca…- aunque lo más extendido en estas sociedades son las plantas medicinales, de las cuales han salido muchas de nuestras medicinas.
Arte, juegos, religión, música… en muchos otros aspectos de estos pueblos podemos encontrar similitudes con los nuestros y existencias placenteras al margen de nuestra sociedad de consumo y bienestar que tratamos de exportar, cuando no imponer, sin considerar muchas veces otra opinión que no sea la nuestra

No todas las cosas son como nos las han contado
Todas estas sorpresas y más que nos podemos llevar al conocer la vida de muchos pueblos indígenas se debe en gran parte a cómo nos han contado las cosas y, seguramente, a lo poco que hemos cuestionado esas “versiones”.
Tendemos a simplificar la información y la historia y asumimos un mundo anterior dividido entre cazadores y recolectores, a los que siguieron agricultores…
La realidad es mucho más compleja: en la actualidad, cazadores bosquimanos también crían cabras y los pastores de África oriental también cazan a veces.
Tras las sociedades cazadoras-recolectoras llegó la agricultura, que dio paso a la civilización… pero lo que conocemos como agricultura –domesticación de las plantas, cruce de semillas, dependencia de ella para nuestra alimentación- debió de llegar tras hechos más o menos aislados –cazadores-recolectores que plantaban semillas, cultivo de plantas para otros usos, como la calabaza como recipiente, plantaciones que se crean y se abandonan tras los años –por variaciones climáticas, migraciones…- Más aún, existen casos de haber ocurrido todo lo contrario: ¡los indios de las llanuras de Norteamérica eran agricultores hasta que la introducción por los españoles del caballo los convirtió en cazadores!
De la misma manera, determinados hallazgos pueden hacer dudar del efecto beneficioso que se asocia a las sociedades agrícolas: la vida sedentaria y los alimentos blandos habrían provocado un mayor número de hijos por mujer, más pequeños, más débiles, lo que habría aumentado la mortalidad infantil. Vivir con los animales de granja también habría provocado entre los humanos enfermedades antes desconocidas.
Todo ello no quita que sociedades de cazadores-recolectores también hubieran sufrido graves problemas o incluso desaparecido pero pone en cuestión la idea establecida de asociar a unos con sociedades atrasadas y a otros con desarrolladas.


Una historia que sigue repitiéndose
Ya sea por unos motivos u otros, lo cierto es que la balanza en la relación entre los pueblos indígenas y las sociedades industrializadas –o sus antecesoras- deja como perdedores a los primeros. Y no es una historia pasada, sino recurrente.
Desde el descubrimiento “oficial” de América y sus posterior conquista, pasando por el de Australia o Nueva Guinea, hasta llegar a la actualidad, los pueblos más poderosos se han impuesto a los más débiles apropiándose de sus tierras, recursos, vidas incluso, diezmando o exterminando pueblos enteros cuando lo han estimado necesario.
Los europeos en América, los ingleses en Australia, los indonesios en Nueva Guinea, los europeos en África, etc. se han considerado con derecho de apropiarse, en diferentes momentos de la Historia, de todo lo que existía en esas tierras habitadas desde siempre por infinidad de pueblos, causando millones de muertes, imponiendo sus leyes, su religión, su forma de vida y repartiendo lo conquistado atendiendo exclusivamente a sus propios intereses, sin importarles para ello dividir o juntar pueblos en naciones artificiales, desencadenando conflictos duraderos en el tiempo y muchas veces casi irresolubles.
Se estima que antes de la llegada los europeos habitaban Norteamérica unos 75 millones de indígenas e inuits, de los que habría sucumbido el 90% a la conquista occidental; hoy en día sus descendientes no tienen el menor poder político en los países surgidos posteriormente.
No fue menor la brutalidad empleada en la conquista del Centro y el Sur de América con la notable diferencia de que españoles y portugueses rápidamente se mezclaron con los pueblos indígenas que sometían.
Desde África a América se produjo el mayor movimiento humano que ha conocido la Historia con el traslado de millones de seres humanos reducidos a mercancía por la esclavitud.
Mucho más recientes son los crímenes de la ocupación indonesia de la parte occidental de Nueva Guinea que habría costado la vida a unas 100.000 personas.
Pero hoy en día, el haber vivido desde tiempos inmemoriales en tierras ricas sigue representando una maldición para muchos pueblos indígenas que les cuesta ser expulsados de sus tierras y perseguidos y asesinados en muchos casos. Terribles ejemplos son la represa de Narmada en La India, la transmigración en Nueva Guinea, diferentes proyectos en la Amazonía, el oleoducto Chad-Camerún. De la misma manera el uranio de Australia, el oro de Brasil, los diamantes de Botswana crean sufrimiento y pobreza a los pueblos que habitan los lugares a explotar pese a los avances realizados en las últimas décadas tendentes a la protección de estos pueblos y de sus derechos.
Los pueblos indígenas, apenas o nada responsables de las causas del cambio climático, son los primeros, por su directa dependencia de la naturaleza, en sufrir sus consecuencias.


El libro de Stephen Corry nos ofrece muchas más cosas de las someramente expuestas en este resumen: la historia de los diferentes pueblos indígenas, la descripción detallada de sus modos de vida y un largo etcétera hace de él una lectura obligada para cualquiera que desee conocer más sobre la historia del ser humano y su futuro.

Julian Green

No hay comentarios: