sábado, 11 de abril de 2015

De cómo convivir con los ríos y gestionar las inundaciones

La reciente crecida del Ebro y sus consecuencias ha vuelto a poner sobre la mesa el resultado del uso y abuso que hacemos de los ríos y que parece importarnos únicamente cuando éstos provocan desastres evidentes.
Para llegar a la raíz de este problema recurrente y, por lo tanto, poder encontrar soluciones, resulta imprescindible la Guía Metolodógica sobre buenas prácticas en gestión de inundaciones del profesor de Geografía Física, Alfredo Ollero.
Vamos a tratar de resumir este texto claro y ameno para poder conocer muchos aspectos sobre el problema que a menudo se olvidan así como las más efectivas alternativas que pueden solucionarlo.


Vemos los ríos como simples canales que transportan el agua que nos resulta imprescindible para vivir y desarrollarnos, por lo que podemos conectarlos para trasvasar agua de un lugar a otro de la geografía sin más condición que las necesidades de cada territorio; ignoramos la vida que arrastran y mantienen en su cauce, en las vegas que atraviesan, en sus desembocaduras; los utilizamos a conveniencia: los desviamos, soterramos, construimos en sus riberas, ignoramos su ser, el verdadero espacio que ocupan y acabamos sufriendo las consecuencias de manera desastrosa. Más aún, seguimos ignorando su naturaleza a la hora de buscar soluciones, que se adaptan a nuestros medios e intereses, desperdiciando muchas veces recursos y esfuerzo para no arreglar nada.

Por ello, aunque pueda sorprender, habría que empezar por preguntarse, ¿qué es un río?
Un río es un sistema natural que trabaja de forma eficiente en transportar agua, sedimentos, nutrientes y seres vivos desde el continente hasta el mar
Equilibran el ciclo hidrológico trasladando el agua sobrante de las precipitaciones al mar, transportan los materiales generados por la erosión, recargan los acuíferos, regeneran las playas y, lo que es muy importante para el tema que nos ocupa, se regulan a sí mismos, abren sus llanuras para contener sus crecidas y disponen almacenes temporales de sedimentos, escalonando poco o poco su trabajo.
No son, en ningún caso, un enemigo del que defendernos, como hemos pasado a verlos en las últimas generaciones, cada vez más alejados de la naturaleza de la que vivimos; las crecidas e inundaciones son procesos naturales, necesarios y beneficiosos.
Por ello es fundamental conocer sus límites que no son, desde luego, el cauce que habitualmente ocupa: el río es la corriente de agua, pero también las aguas subterráneas, las orillas y el espacio lateral que puede inundarse periódicamente. Por mucho que vivamos en ese “territorio fluvial” y lo ocupemos, no es nuestro y mantener elementos fijos puede tener las consecuencias que hemos visto estos días porque los límites laterales del río son las laderas de su valle, un terreno al que ya no pueden llegar las aguas en las máximas crecidas posibles.
Como ya se ha dicho,  las crecidas de los ríos son fenómenos naturales que no pueden evitarse. Son procesos universales y frecuentes, tan normales que deberíamos estar perfectamente preparados para convivir con ellos, como lo estuvieron nuestros antepasados generación tras generación.
Ocurre y ocurrirá en todos los ríos del planeta, de tal forma que el 10% de las tierras emergidas corresponden a zonas inundables y en ellas vive un tercio de la población mundial. Más aún, el desbordamiento y la inundación es una manera que tiene el río de disminuir la energía y la altura de las aguas por lo que la primera manera de gestionar correctamente las inundaciones es la conservación de los ríos tal y como son y la restauración fluvial.


¿Dónde puede estar el beneficio de la crecida de un río?
Puede costar encontrar beneficioso un episodio que anega campos, granjas, calles o viviendas, pero estos son muchos:
-la crecida dimensiona el río de manera que pueda cumplir correctamente su función de transporte, creando cauces secundarios, acortando meandros, etc. 
-acelera los procesos de erosión, transporte y sedimentación, reclasificando los sedimentos adecuadamente
-limpia el cauce, removiendo sedimentos y oxigenando los fondos
-renueva, transporta y rejuvenece las especies de animales y vegetales
-expande sedimentos y nutrientes que enriquecen la llanura fluvial,
-recarga el acuífero aluvial y diluye contaminantes
Las crecidas han enriquecido valles fluviales en los que se han fraguado conocidas civilizaciones de la antigüedad y, en definitiva, si no hay crecidas los suelos de las huertas se empobrecerán, los contaminantes se acumularán sin solución, se modificará negativamente la morfología de los cauces (estrechándose y encajándose), aumentarán las especies invasoras, las sequías estivales serán mas graves, los sedimentos serán colonizados y fijados por plantas terrestres y macrofitos y no podrán avanzar aguas abajo y, en consecuencia, los deltas y las playas serán invadidos por el mar.

Hablemos de soluciones
Como ya se ha visto, a la hora de buscar soluciones es fundamental tener en cuenta que no se debe tratar de evitar inundaciones y que es imprescindible conocer el río, conservarlo y adaptarse a él.
Por ello habría que empezar por descartar muchas de las que erróneamente se consideran soluciones:

-Embalses y presas de retención. X
La regulación o laminación de crecidas mediante presas sólo se puede realizar en algunos embalses y en determinadas circunstancias. En el mejor de los casos pueden ser efectivos en crecidas pequeñas y provocan grandes impactos en el sistema fluvial que, entre otras consecuencias, pueden aumentar los peligros de una inundación.
-Defensas. X
Los diques elevados de tierra compactada (motas) son poco efectivas por las filtraciones de agua, suponen un gran coste mantenimiento porque se rompen tras cada inundación y desconecta el río de la llanura de inundación.
Las escolleras en las orillas erosivas tienen por objeto que éstas no se erosionen; consiguen reducir la aportación de sedimentos al cauce y desvían la energía del agua a tramos no defendidos, con diversas consecuencias negativas.
-Encauzamientos y canalizaciones. X
Muros de hormingón, escolleras cementadas… transforman el río en un canal, estrechan el cauce, con lo que los sedimentos depositados suben el nivel y, en definitiva, dan más fuerza a la futura crecida. Lógicamente, la mejor manera de reducir la energía de una crecida es hacer más ancho el cauce.
-Dragados y limpiezas. X
El río, de forma natural, se limpia a sí mismo, por lo que el dragado tiene poco de beneficio y mucho de coste. Modifican la geomorfología del fondo y los caracteres hidráulicos del tramo, generando erosión remontante, incisión o encajamiento del lecho, acorazamiento, irregularización de los fondos, inestabilización de orillas, descenso del freático (…) efectos en desembocaduras, déficit sedimentario en el río y en el litoral, etc. Afectan directamente a la fauna bentónica e hiporreica, en muchos casos especies protegidas y en peligro de extinción. (…)
Todas estas medidas acaban dando una falsa percepción de seguridad, más aún cuando representan una respuesta puntual tras el problema que impide tomar soluciones a largo plazo, con lo que el riesgo persiste.

Pero, si todas estas alternativas, que son las habitualmente utilizadas, sirven poco o nada, ¿qué soluciones nos quedan?
Son múltiples, de tal manera que nos obligan a un resumen quizá insuficiente pero necesario por el espacio del que disponemos.
-Como se viene repitiendo en este artículo, es básico conocer el río, cómo es, cómo era, actualizar ese conocimiento y divulgarlo.
-Delimitar las zonas inundables, que van más allá de las orillas y que afecta al territorio fluvial, esto es el espacio propio que ha sido modelado por las crecidas y que está conformado por el cauce menor, las riberas y parcial o totalmente la llanura de inundación, conformado también por antiguos cauces y meandros. La devolución libre al río de este espacio también resulta básico para que las inundaciones no supongan un desastre. 
-Conservar o restaurar el funcionamiento natural del río –revegetación de las cuencas y riberas, reconexión y recuperación de meandros, etc.-
-Rebaja de terrenos inudables sobreelevados.
-La ordenación del territorio de los espacios inundables también resulta fundamental para prevenir o mitigar los efectos de las crecidas: declarar los territorios de riesgo, evaluación del riesgo en el desarrollo rural y en los planes urbanísticos, desurbanizar áreas inundables, adaptación del suelo a la inundabilidad, normas de construcción que reduzcan el riesgo, etc.
-Como también se ha citado, es necesario la revisión de la efectividad de las defensas contra las crecidas, sustituir éstas por bioingeniería, eliminación de obstáculos antrópicos, etc. etc. etc.
En resumidas cuentas, las soluciones pasan por respetar el río en todas sus dimensiones y su historia, valorar y controlar los riesgos y tenerlo en cuenta en el momento de realizar cualquier actuación en torno a él.

Julian Green

A modo de anexo: Principios para la gestión del riesgo de inundaciones
(Extracto del texto original)

Para trabajar en gestión de riesgos lo primero es conocer el río y la situación, y a partir de ahí llevar a cabo una reflexión seria y profunda sobre los siguientes principios fundamentales, que en cualquier planteamiento o actuación habría que tratar de tener siempre en cuenta. Son siete principios que se interrelacionan entre sí y en los que domina el sentido común.
Principio de integración. La gestión de riesgos no puede ser un procedimiento aislado, sino que debe integrarse con la gestión ambiental y la ordenación del territorio y debe integrar todos los riesgos sinérgicos de un área, medidas posibles y agentes implicados, desde la respuesta rápida local hasta la solidaridad internacional. En materia de inundaciones es fundamental, a partir de la alerta temprana, la coordinación entre todas las administraciones y agentes implicados, así como cumplir y respetar todos los principios y acuerdos de carácter ambiental y territorial (...)
Principio de adaptación. La gestión de riesgos debe adaptarse a los procesos naturales, acompañándolos o imitándolos. No se puede chocar de frente con la realidad del peligro, será contraproducente. Es mucho más inteligente trabajar en la misma línea que el río, porque este tiene, como hemos visto, mecanismos de regulación propios. Hay que conocer bien el río para reconocer in situ y sobre la marcha esos mecanismos y ayudar al río o, al menos, adaptarnos a lo se prevé que pueda hacer. Este principio no solo es útil durante la crecida, sino también después, ya que si el río ha cambiado el trazado o el tamaño del cauce lo más inteligente es tratar de adaptarnos a la nueva situación en vez de obcecarnos en volver a la situación anterior a la crecida. El río ha hablado y solo reduciremos el riesgo si le escuchamos y actuamos en consecuencia (...)
Principio de mitigación. El riesgo cero es inalcanzable, salvo que renunciáramos totalmente a habitar un territorio. Los riesgos no se pueden evitar ni se eliminan, sino que se reducen o mitigan. Sobre todo nunca hay que creer que una obra de ingeniería va a solucionar totalmente el problema, este es el origen de graves situaciones de falsa sensación de seguridad, como veremos. Mitigar se consigue fundamentalmente reduciendo todo lo posible la exposición y la vulnerabilidad (...)
Principio de prudencia o de precaución. El mayor proceso extremo está aún por llegar. Hay que estar siempre preparados para lo peor, sin falsa sensación de seguridad, con cultura del riesgo, con información. Este es el principio más importante, el que nos ayudará realmente a reducir el riesgo, y sobre todo se alimenta de la experiencia en casos antecedentes. Lo más prudente es que allí donde el río ha avisado, “ha mostrado sus escrituras”, se actúe siempre con la máxima prudencia en el futuro, reduciendo al máximo el poblamiento y la actividad humana (...)
Principio de durabilidad. La gestión de riesgos debe ser un proceso permanente, que no se puede abandonar, y ambientalmente sostenible. Los planes de gestión de riesgos deben renovarse de forma continua y sobre todo con cada nuevo evento que se incorpora a la experiencia en cada lugar. Hay que pensar en las generaciones futuras tratando de mitigar el riesgo de forma ambientalmente sostenible, como se ha sugerido también por el principio de integración.
Principio de resiliencia. La sociedad debe aceptar la situación, aprender de cada evento y ser capaz de recuperarse. Tal como reflexionó Charles Darwin, las especies que sobreviven no son las más fuertes ni siquiera las más inteligentes, sino las más flexibles y adaptables a los cambios. Si queremos seguir obteniendo beneficios de los ríos y de las propias inundaciones, si queremos seguir viviendo junto a ellos, debemos asumir que somos una sociedad en riesgo, pero preparada, adaptada y prudente. Eso nos dará resiliencia, fortaleza y capacidad de reacción y de recuperación ante nuevos eventos similares o mayores. Habremos podido mantener nuestra exposición, pero habremos reducido al mínimo nuestra vulnerabilidad (...)
Principio de responsabilidad. Los vulnerables informados son responsables de su situación. Los poderes públicos y los gobernantes también. Es fundamental que todas las personas en riesgo estén informadas y conozcan su situación. A partir de ahí, si quieren seguir con su ubicación y actividad pueden hacerlo, pero asumiendo el riesgo con responsabilidad. Pueden suscribirse seguros o contar con declaraciones como zonas de riesgo que permitan ciertos beneficios, indemnizaciones, compensaciones, etc (...)

Alfredo Ollero Ojeda es Profesor Titular de Geografía Física del Departamento de Geografía yOrdenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza, investigador del Instituto de CienciasAmbientales de Aragón (IUCA) y Presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF).
Contacto: aollero@unizar.es





1 comentario:

Miguel dijo...

Me resulta un artículo muy interesante y que, como problema relevante en España, debemos de tenerlo muy en cuenta. Las inundaciones, debido al mal acondicionamiento de nuestro suelo y a los escasos recursos para mejorarlo están a la orden del día causando devastadores resultados. Muchas gracias por compartir. Un saludo!