Se dice que un agricultor encuentra más satisfacción en su trabajo que un obrero industrial porque está presente en todo el proceso de cultivo, desde que planta la semilla que ve crecer y transformarse en fruto, hasta el premio final: la recolección. En cambio el obrero industrial sólo participa en un momento del proceso productivo: si lo inicia, no aprecia el desarrollo; si se ocupa del final, no es para él consecuencia de su trabajo. Además su tarea es siempre la misma, repetida día tras día, sin que su trabajo tenga un fruto palpable.
Como en este caso, la vida está llena de sutiles maneras de alcanzar la felicidad o de que se nos niegue o, de manera más prosaica, de que lo que hagamos nos satisfaga, haciendo nuestra existencia agradable o insoportable.
Vamos a ver a continuación una serie de casos en los que nuestra calidad de vida se puede ver mejorada o empeorada.
Puede resultar obvio que a mayor clase social, mayores posibilidades de gozar de buena salud. Pero lo que nos explica Richard Wilkinson, profesor de la Universidad de Sussex, basándose en numerosos estudios biológicos, psicosociales y estadísticos, es que las desigualdades son malas para la salud. De esta manera, en una comunidad en la que la mayoría de las personas tuvieran un poder adquisitivo bajo se disfrutaría de una salud general superior a la de otro grupo donde todos vivieran mejor pero hubiera grandes diferencias entre los que tienen menos y los que tienen más.
Una explicación de esta “peor” salud sería, principalmente, la ansiedad social. Una persona puede conformarse ante una mala situación y disfrutar todo lo posible de lo que tiene porque la mayoría de quienes le rodean están en las mismas condiciones. Pero, aún disfrutando de más cosas, el hecho de encontrarse a diario con personas que tienen más, que viven mejor, le provocaría ansiedad en definitiva, estrés por alcanzar ese mismo nivel de vida, lo que afectaría negativamente a su salud.
Esto también puede deberse a que medimos el bienestar no sólo por lo que poseemos sino por lo que podemos alcanzar y la exhibición cotidiana de posesiones y bienes mayores y mejores que los nuestros nos hace sentir perdedores.
Al margen de los estudios y estadísticas que avalan esta hipótesis, cualquiera de nosotros habrá oído decir a sus mayores que antes, con menos, eran más felices, si bien esa afirmación puede estar sesgada por la apreciación de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No obstante las estadísticas mundiales nos hablan con frecuencia de países con baja renta per cápita con un índice menor de delitos y cuyos habitantes tienen una esperanza de vida más alta, por ejemplo, que en países que lideran los puestos de riqueza.
Para el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi una buena manera de hacer las cosas y encontrar la satisfacción en ellas es lo que él denomina estado de flujo. Este sistema habría sido puesto en práctica desde siglos atrás en el budismo y el taoísmo.
El flujo sería, simple y llanamente, la capacidad de estar concentrado por completo en una actividad que hayamos elegido y que consideremos valiosa. En el estado de flujo toda nuestra energía física, toda nuestra atención se vuelca en esa actividad y disfrutamos plenamente mientras la estamos realizando. Sería como decir que estamos dedicados a algo “en cuerpo y alma”.
No necesitamos ir muy lejos para, de manera empírica, comprobar que esta teoría no anda desencaminada. Es común encontrar a personas que disfrutan durante la semana trabajando y que se aburren los domingos o en vacaciones, cuando ninguna actividad concreta requiere su completa atención, deseando que llegue el lunes, la vuelta al trabajo o a la actividad.
Y si concentrarnos en una labor nos produce satisfacción, es lógico que divagar nos haga infelices. Eso es lo que afirma un reciente estudio de la Universidad de Harvard realizado sobre 2.250 personas. Según este estudio, publicado en la revista Science, cerca de la mitad de nuestro tiempo lo pasamos pensando en el pasado o en lo que podría ocurrir en el futuro, sin estar pendientes de lo que nos rodea, algo innato en el cerebro humano, que tiende a divagar. Esta divagación sería la causa de la infelicidad y no la consecuencia.
Mucho se ha hablado y escrito, y se sigue haciendo, sobre los beneficios de pensar de manera positiva para el cuerpo y la mente. De esta forma al optimista le irían mejor las cosas que al pesimista.
Esta teoría tiene sus adeptos –según algún estudio, el pensamiento positivo ayudaría al sistema inmunitario- y sus detractores –que piensan que querer encontrar lo positivo de todo nos haría conformistas-. No obstante, se puede asegurar al respecto que si se experimenta estrés por miedo se puede impedir el crecimiento y actuación de determinadas neuronas; mientras que el optimismo, la esperanza y otras sensaciones positivas crean un entorno que favorece la aparición de nuevo tejido neuronal, la neurogénesis.
Por último, podemos dar base científica a algo que todos hemos experimentado aunque quizá no nos hemos dado cuenta: obtenemos más satisfacción con la expectativa de conseguir algo que con su consecución. ¿Qué nos hace disfrutar más: estar esperando un regalo, sin saber qué será, durante varios días, o la entrega del regalo en cuestión, que muchas veces pasa a segundo plano poco después de recibido? Es más, la inseguridad de conseguir algo nos lo hace más satisfactorio una vez conseguido. Disfrutamos más de lo que nos resulta difícil de conseguir que de lo que obtenemos fácilmente.
En ambos casos la incertidumbre estaría ahí para alegrarnos la vida y la seguridad devaluaría lo que conseguimos o poseemos. Esto es algo que nos resulta evidente a poco que nos paremos a pensar en nuestra vida cotidiana.
Pero, ¿por qué ocurre así?
La dopamina es una hormona y un neurotransmisor producido por el cerebro, relacionada, entre otras cosas, con las emociones y el sentimiento de placer. En principio se pensaba que era producida en el momento de lograr un objetivo o una recompensa, lo que nos haría agradable lo logrado. Pero posteriormente se ha comprobado que el cerebro la produce cuando estamos tratando de conseguir ese resultado.
De la misma manera la dopamina se produce ante la incertidumbre de conseguir algo, siempre que esa incertidumbre contemple la posibilidad de conseguirlo o su consecución no resulte prácticamente imposible.
Como en este caso, la vida está llena de sutiles maneras de alcanzar la felicidad o de que se nos niegue o, de manera más prosaica, de que lo que hagamos nos satisfaga, haciendo nuestra existencia agradable o insoportable.
Vamos a ver a continuación una serie de casos en los que nuestra calidad de vida se puede ver mejorada o empeorada.
Puede resultar obvio que a mayor clase social, mayores posibilidades de gozar de buena salud. Pero lo que nos explica Richard Wilkinson, profesor de la Universidad de Sussex, basándose en numerosos estudios biológicos, psicosociales y estadísticos, es que las desigualdades son malas para la salud. De esta manera, en una comunidad en la que la mayoría de las personas tuvieran un poder adquisitivo bajo se disfrutaría de una salud general superior a la de otro grupo donde todos vivieran mejor pero hubiera grandes diferencias entre los que tienen menos y los que tienen más.
Una explicación de esta “peor” salud sería, principalmente, la ansiedad social. Una persona puede conformarse ante una mala situación y disfrutar todo lo posible de lo que tiene porque la mayoría de quienes le rodean están en las mismas condiciones. Pero, aún disfrutando de más cosas, el hecho de encontrarse a diario con personas que tienen más, que viven mejor, le provocaría ansiedad en definitiva, estrés por alcanzar ese mismo nivel de vida, lo que afectaría negativamente a su salud.
Esto también puede deberse a que medimos el bienestar no sólo por lo que poseemos sino por lo que podemos alcanzar y la exhibición cotidiana de posesiones y bienes mayores y mejores que los nuestros nos hace sentir perdedores.
Al margen de los estudios y estadísticas que avalan esta hipótesis, cualquiera de nosotros habrá oído decir a sus mayores que antes, con menos, eran más felices, si bien esa afirmación puede estar sesgada por la apreciación de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No obstante las estadísticas mundiales nos hablan con frecuencia de países con baja renta per cápita con un índice menor de delitos y cuyos habitantes tienen una esperanza de vida más alta, por ejemplo, que en países que lideran los puestos de riqueza.
Para el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi una buena manera de hacer las cosas y encontrar la satisfacción en ellas es lo que él denomina estado de flujo. Este sistema habría sido puesto en práctica desde siglos atrás en el budismo y el taoísmo.
El flujo sería, simple y llanamente, la capacidad de estar concentrado por completo en una actividad que hayamos elegido y que consideremos valiosa. En el estado de flujo toda nuestra energía física, toda nuestra atención se vuelca en esa actividad y disfrutamos plenamente mientras la estamos realizando. Sería como decir que estamos dedicados a algo “en cuerpo y alma”.
No necesitamos ir muy lejos para, de manera empírica, comprobar que esta teoría no anda desencaminada. Es común encontrar a personas que disfrutan durante la semana trabajando y que se aburren los domingos o en vacaciones, cuando ninguna actividad concreta requiere su completa atención, deseando que llegue el lunes, la vuelta al trabajo o a la actividad.
Y si concentrarnos en una labor nos produce satisfacción, es lógico que divagar nos haga infelices. Eso es lo que afirma un reciente estudio de la Universidad de Harvard realizado sobre 2.250 personas. Según este estudio, publicado en la revista Science, cerca de la mitad de nuestro tiempo lo pasamos pensando en el pasado o en lo que podría ocurrir en el futuro, sin estar pendientes de lo que nos rodea, algo innato en el cerebro humano, que tiende a divagar. Esta divagación sería la causa de la infelicidad y no la consecuencia.
Mucho se ha hablado y escrito, y se sigue haciendo, sobre los beneficios de pensar de manera positiva para el cuerpo y la mente. De esta forma al optimista le irían mejor las cosas que al pesimista.
Esta teoría tiene sus adeptos –según algún estudio, el pensamiento positivo ayudaría al sistema inmunitario- y sus detractores –que piensan que querer encontrar lo positivo de todo nos haría conformistas-. No obstante, se puede asegurar al respecto que si se experimenta estrés por miedo se puede impedir el crecimiento y actuación de determinadas neuronas; mientras que el optimismo, la esperanza y otras sensaciones positivas crean un entorno que favorece la aparición de nuevo tejido neuronal, la neurogénesis.
Por último, podemos dar base científica a algo que todos hemos experimentado aunque quizá no nos hemos dado cuenta: obtenemos más satisfacción con la expectativa de conseguir algo que con su consecución. ¿Qué nos hace disfrutar más: estar esperando un regalo, sin saber qué será, durante varios días, o la entrega del regalo en cuestión, que muchas veces pasa a segundo plano poco después de recibido? Es más, la inseguridad de conseguir algo nos lo hace más satisfactorio una vez conseguido. Disfrutamos más de lo que nos resulta difícil de conseguir que de lo que obtenemos fácilmente.
En ambos casos la incertidumbre estaría ahí para alegrarnos la vida y la seguridad devaluaría lo que conseguimos o poseemos. Esto es algo que nos resulta evidente a poco que nos paremos a pensar en nuestra vida cotidiana.
Pero, ¿por qué ocurre así?
La dopamina es una hormona y un neurotransmisor producido por el cerebro, relacionada, entre otras cosas, con las emociones y el sentimiento de placer. En principio se pensaba que era producida en el momento de lograr un objetivo o una recompensa, lo que nos haría agradable lo logrado. Pero posteriormente se ha comprobado que el cerebro la produce cuando estamos tratando de conseguir ese resultado.
De la misma manera la dopamina se produce ante la incertidumbre de conseguir algo, siempre que esa incertidumbre contemple la posibilidad de conseguirlo o su consecución no resulte prácticamente imposible.
Autor: Julian Green
Fuentes consultadas:
Las desigualdades perjudican. Jerarquías, salud y evolución humana. Richard Wilkinson
Revista Redes para la ciencia, números 3, 4 y 5
El lado negativo de pensar en positivo. Entrevista a Barbara Ehrenreich, doctora en biología
Estudio del departamento de psicología de la Universidad de Kentucky (noticia)
Servicio de Información y Noticias Científicas
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