Desde el comienzo de la expansión de las primeras plantaciones en la península Ibérica en los años sesenta, el eucalipto ha sido motivo de controversia. Existen pocos árboles sobre los que se haya escrito tanto y que hayan sido objeto de tantos estudios, la mayoría de los cuales terminan con la misma conclusión: el árbol no es culpable, sino la gestión que se hace de él.
En España existen cerca de 760.000 hectáreas de eucalipto, tanto en masas puras como en otras mixtas.
La especie más común es el eucalipto blanco (Eucalyptus globulus) aunque en los últimos años se ha experimentado con otras variedades que se adapten mejor al clima en el que se encuentran. Llegó a la Península procedente de Australia hace más de un siglo, pero no se extendió en masas importantes hasta los años 60, principalmente en la cornisa Cantábrica y en Huelva, donde las condiciones eran más beneficiosas para un árbol acostumbrado a un clima completamente diferente.
A mediados del siglo XIX comenzó a adquirir atractivo debido a su rápido crecimiento y fue utilizado especialmente para la minería y el ferrocarril. Pero sin duda, cuando el eucalipto comenzó a ser objeto de conflictos fue a partir de los años 60 del siglo pasado, después de que la empresa Portucel lo utilizara por primera vez para la obtención de celulosa para la fabricación de papel.
El árbol, que ocupaba unas pocas hectáreas en Andalucía, Cantabria y pocos sitios más, comenzó a extenderse en plantaciones que, en muchas ocasiones, fueron ganadas después de provocar graves destrozos en zonas de una rica biodiversidad, como son los casos de Huelva y Extremadura, donde miles de hectáreas de alcornocales y especies autóctonas terminaron bajo la pala del bulldozer para dejar paso al eucalipto. Todo ello bajo el amparo del régimen franquista, que consideró las plantaciones de eucalipto de ”vital importancia para garantizar el suministro de materia prima a la futura industria española de celulosa”.
El silencio y la sorpresa de los habitantes de las zonas donde la sombra del eucalipto se alargaba dio paso a las protestas y a la indignación, y no fueron pocos los sitios (como el municipio asturiano de Tazones) en los que los eucaliptos terminaron arrancados por los vecinos.
Los problemas del eucalipto.
Y es que el rápido crecimiento del eucalipto se ha asociado siempre a un supuesto gran consumo de agua, aunque los expertos consideran que un eucalipto no consume especialmente más agua que otras especies, como los castaños. ¿Cuál es entonces el verdadero problema asociado al eucalipto? Xosé Verias asegura que el árbol es inocente, la culpa no es otra que de las plantaciones, mal gestionadas y reguladas, que han dado a este árbol una imagen de elemento invasor.
“Si se hubiera planificado su expansión y si al menos ahora se gestionaran correctamente las masas existentes, el árbol no sería muy diferente a otros que también provienen de otros continentes”, asegura Veiras.
Después de la expansión descontrolada del franquismo llegaron las subvenciones de la Comunidad Económica Europea y de los gobiernos autonómicos, lo que provocó que muchas explotaciones ganaderas vendieran el ganado y sembraran en los prados eucaliptos, con la promesa de que les reportarían un beneficio exagerado con poco esfuerzo.
Y como si de la fiebre del “oro verde” se tratara, en los años 80 y 90 los antiguos ganaderos llenaron sus pastos en Galicia, Cantabria o Asturias de eucaliptos con la esperanza de recoger unos frutos que con el aumento de la oferta se quedaron en mucho menos de lo esperado.
Esta frustración hizo que muchos propietarios abandonaran los árboles a su suerte, lo que luego repercutiría muy negativamente en los veranos, con incendios que encontraban en estas masas de árboles abandonadas un suculento pasto.
Sin embargo, “es innegable que en muchos otros casos su madera se aprovecha para diferentes fines y supone una importante fuente de ingresos para las comunidades rurales”, como señala Miguel Ángel Soto, coautor de un reciente estudio sobre el eucalipto en la península Ibérica. “Sin olvidar de que sirve de materia prima para una industria, la papelera, que representa un importante sector económico en la península Ibérica”.
Hoy casi nadie duda que el eucalipto ha venido para quedarse.
Pero aún existen sangrantes casos (por ejemplo los aterrazamientos en El Berrocal, Huelva) donde las plantaciones en las que se cultivan suponen graves daños para el medio ambiente. Al conjugar todos los elementos, los intereses medioambientales y los económicos, es fácil llegar a la conclusión de que si algo hace falta es orden y control en las plantaciones, y es ahí donde las administraciones públicas parece que tienen un importante papel que jugar. Hace tiempo que el eucalipto dejó de ser un extranjero, ahora también quiere dejar de ser el árbol de la discordia.
Texto: Conrado García del Vado
Publicado en la Revista GREEN 1-11. Greenpeace España
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