jueves, 21 de noviembre de 2013

¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?


Un año más el World Watch Institute ha presentado su informe
sobre la situación del mundo titulándola con esa inquietante pregunta:
¿es aún posible lograr la sostenibilidad?
Vivimos en el mundo extrayendo y consumiendo sus recursos
como si nunca fueran a acabarse y, cuando nos damos cuenta
de que se agotan, no parecemos tener prisa en cambiar las
cosas para no quedarnos sin futuro, como si siempre quedara
tiempo para encontrar la solución pero, ¿hemos llegado demasiado
lejos y ya no queda mucho que conservar, que “sostener”?
Tratando de encontrar respuesta a tan compleja y fundamental
pregunta hemos conversado con José Bellver, economista e investigador
de FUHEM-Ecosocial, y co-autor del apéndice a la
edición en castellano del informe La Situación del Mundo 2013
del Worldwatch Institute.
Sostenibilidad




En el apéndice referido a la sostenibilidad ambiental en la economía española se cita que la crisis económica actual ha propiciado un cambio cuantitativo en algunas tendencias que podría ayudar a la necesaria reconversión ecológica de nuestra economía pero, una vez que se supere la crisis, ¿no volveremos a la misma situación anterior a ella?


Para bien o para mal, volver a la misma situación que la anterior es algo que a todas luces se torna imposible, y todo apunta a que, de no cambiar el modelo, más bien será para mal. De entrada, lo primero que cabría señalar aquí es que en términos socioeconómicos, y siguiendo
las tendencias actuales, lo más probable es que “salgamos” de la crisis –en su dimensión económico-financiera– con una mayor desigualdad social, precariedad laboral, y un evidente empeoramiento del acceso universal a servicios públicos de calidad como educación, sanidad o protección social. 
Por lo que a lo ambiental se refiere, como bien señalas, algunos rasgos de la insostenibilidad de la economía española amainaron con el inicio de la crisis económica, pero fundamentalmente como causa de la disminución de la actividad económica y no como consecuencia de un proceso de reconversión ecológica.
Los elementos generadores de la insostenibilidad ambiental de la economía española siguen presentes, desde el modelo energético hasta el agrícola, pasando por las propias estrategias político-económicas entre las que el crecimiento económico (aumento de la producción de bienes y servicios) prima sobre la redistribución los recursos disponibles (renta y riqueza) como instrumento para cumplir los objetivos de bienestar social y satisfacción de las necesidades.
Y sin embargo, la actual crisis económica podría constituir una verdadera oportunidad para lograr la sostenibilidad ambiental en la medida en que el necesario cambio de modelo productivo y redistributivo podría contribuir a atajar muchos de los problemas económicos, sociales y ambientales al mismo tiempo.

En la primera parte del informe se cita que el 20% de los países consume el 80% de los recursos del planeta, ¿qué podemos esperar cuando países tan poblados como China, India, Brasil o Rusia están dando un acelerón en su crecimiento económico y sus sociedades aspiran a imitar nuestro sistema de consumo?

Bueno, habría que matizar algunas cosas antes de responder directamente a la pregunta… Cuando se observan las dinámicas de crecimiento de estos países –los BRIC o las economías emergentes– siempre hacemos saltar la voz de alarma: en lo social por la preocupación por la competencia en precio que conlleva las peores condiciones laborales en estos países; y en lo ecológico por el menor nivel de protección ambiental que los mismos presentan, además del aumento en la suma total en el uso de recursos y la generación de residuos a nivel global.
Los elementos para la preocupación son indudables, sin embargo, al margen de la contradicción –que ya de por sí merece cierta reflexión– de protestar ante el seguimiento de una senda que otros hemos seguido previamente, en este tipo de valoraciones tienden a obviarse dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas es que una buena parte de lo que estas economías –muy orientadas a la exportación– producen es para el consumo de las economías más ricas, y de ahí que esa proporción 20-80 de la que hablas en cuanto a la distribución mundial en el consumo de recursos siga siendo el mismo desde hace décadas. Esto pone de manifiesto, por otra parte, el hecho de que la supuesta mayor protección o calidad ambiental de la que a veces se presume en el mundo “desarrollado” no es más que una ilusión óptica, generada en gran medida por la deslocalización de la producción industrial hacia economías periféricas. Algunos indicadores tienen esto en cuenta, como por ejemplo el de la huella ecológica, según el cual para generalizar el nivel modo de vida de los países de ingresos altos serían necesarios más de tres planetas Tierra, mientras que la huella ecológica media del resto de países del mundo es asimilable en un solo planeta. La segunda cuestión, ligada a la anterior, es que, si para poder satisfacer las necesidades de la población en todos
los lugares del mundo, muchas economías necesariamente deberán crecer, y teniendo en cuenta la existencia limitada de recursos, así como la capacidad de asimilar residuos (gases de efecto invernadero incluidos), parece obvio que lo equitativo sería que las economías “desarrolladas” fueran las que limitaran la expansión de su propio metabolismo económico (que conforman los recursos utilizados y los residuos generados). 
Y aquí, más que “esperarlo”, la limitación o reducción de ese metabolismo entre economía y naturaleza, poniendo un especial énfasis en la redistribución a través de un necesario cambio de modelo económico-político, es por lo que cabe luchar, tanto por la existencia de límites y la necesidad
de un reparto equitativo que señalábamos, como por la potencialidad que supone de cara a lograr un mayor bienestar social o una mayor prosperidad, que a la vez sea compartida y duradera.
De esta forma, ese comportamiento imitativo entre unas sociedades y otras que señalas, podría estar basado en una aspiración a una determinada calidad de vida, en términos de satisfacción de necesidades humanas (de seguridad, de reconocimiento, de afecto, etc. además de las más básicas como la alimentación), y no tanto por el deseo de alcanzar determinados niveles de vida, en términos de consumo material.
De lo contrario, regresando así a la pregunta, lo que cabe esperar es que se multipliquen los conflictos, ya existentes en la actualidad, tanto por la pugna de los diversos agentes que traten de asegurarse el suministro de recursos –no renovables como el petróleo, el gas o los metales, y renovables como la madera de los bosques o las tierras fértiles– como por el uso y sobreexplotación de sumideros locales y globales. 
Desde el mismo momento en el que un río, del que cuya vida dependen toda una serie de poblaciones, es contaminado o es sobreexplotado en su lugar de nacimiento, las poblaciones afectadas se verán forzadas a buscar el agua en otra parte o de otro modo. Hace 500 años el margen que existía era elevado en términos de espacio ambiental tanto para grandes desplazamientos como para utilizar recursos alternativos, pero en el “mundo lleno” –utilizando el concepto del economista ecológico Herman Daly– en el que hoy vivimos, la proliferación de colapsos ecosistémicos y de conflictos está asegurado.
El escenario, por tanto, ante el mantenimiento de lo que los anglosajones llaman “business as usual” (seguir con lo mismo) es, a la par que poco halagüeño, contradictorio y utópico en tanto que planteamiento propositivo.

También en esa primera parte se cita «El desarrollo de fuentes de energía renovables no es algo que se pueda hacer después de que los combustibles fósiles se hayan convertido en política o económicamente inviables». Si bien se están desarrollando energías alternativas a los combustibles fósiles, aquellas más bien parecen crearse para atender la creciente demanda energética que para sustituir al petróleo o el carbón, ¿podemos concebir un mundo que no consuma hasta la última gota de petróleo o el último metro cúbico de gas?


Por supuesto. Existen ya incluso comunidades y municipios por todo el mundo –algunos con una larga trayectoria– que están demostrando con la práctica que es perfectamente posible alcanzar modos de vida colectivos que no dependan de los combustibles fósiles. Las Transition Towns (ciudades en transición), originariamente inglesas e irlandesas, y las ciudades postpetróleo americanas son un buen ejemplo de ello.
Por otra parte, cabría matizar que es seguro que ni en la máxima expresión del capitalismo más feroz se consumiría hasta la última gota de petróleo o el último metro cúbico de gas porque no sería rentable. De hecho, el petróleo y el gas se acercan en promedio cada vez más a los niveles de “rentabilidad energética” –energía extraída frente a energía crecientemente invertida en su extracción– de las energías renovables. Este es uno de
los indicativos de que estamos a las puertas del pico de extracción del petróleo y el gas mundiales, algo que por otra parte ya ha reconocido la propia Agencia Internacional de la Energía. El Peak Oil, según su denominación anglosajona, es el punto a partir del cual cada año se extrae menos petróleo que el anterior.
Esto, en un contexto de demanda creciente solamente puede llevar a un incremento exponencial del precio de este recurso maestro en el capitalismo moderno.
Por lo tanto, la sustitución de los combustibles fósiles no sólo es deseable por su directa relación con el cambio climático, sino que es económicamente necesario en un plazo más corto que largo, más aún en el caso de la economía española, dados los costes que conlleva nuestra elevada dependencia externa de este recurso. Y para todo ello, cabe tener en cuenta que en el proceso de sustitución energética necesariamente se tendrá que utilizar parte de la energía fósil restante, lo cual hace aún más urgente la transición. Con todo, me temo que ni siquiera sustituir todo el consumo de petróleo o gas por otras energías sería suficiente para alcanzar una sostenibilidad generalizable. Por encima de la sustitución debe de primar la reducción del consumo, empezando por el ahorro, la gestión de la demanda, y la eficiencia energética.
Y pensar que basta con limitarse a esta última, como solemos hacer hoy, es un espejismo.
El tránsito hacia economías bajas en carbono puede suponer, por otra parte, a la hora de estimular algunos sectores económicos y tratar así de generar empleo, que en lugar de poner el énfasis en la búsqueda de actividades que maximicen la productividad (y que por endehacen menos necesario el empleo), la transformación estructural se desplace hacia una economía de “baja productividad” más intensiva en mano de obra y con menor uso de recursos naturales.


En la segunda parte se hace referencia a un sistema alimentario mundial roto en un planeta cada vez más poblado y con un número similar de personas que pasan hambre o que sufren obesidad, ¿son realmente viables alternativas como la agricultura ecológica y una distribución equitativa de la actual producción alimentaria paliaría el problema?

Lo primero que habría que señalar aquí es que la malnutrición y la desnutrición son consecuencias de un mismo proceso: la mercantilización y oligopolización, e incluso la “financiarización”, del sistema alimentario mundial. La historia del capitalismo moderno está directamente ligada a la concentración de la población de las ciudades y el abandono del campo, en donde la industrialización de la agricultura permitió sustituir el trabajo por maquinaria, liberando así fuerza de trabajo para la producción industrial y convirtiendo a buena parte de los antaño “autoproductores/as” en población asalariada y consumidora, entre otras cosas, de alimentos en el mercado.
Una buena parte de la producción agroalimentaria mundial está hoy en manos de un grupo reducido de empresas que en aras de la maximización de la rentabilidad, han limitado excesivamente la producción (y el consumo) a una muy reducida variedad de alimentos comercializados, entre otros el arroz, el trigo y el maíz, cuyos precios están, como en el caso de otros tantos recursos, sujetos a cotización en los mercados financieros globales, y por tanto sujetos también a una especulación con graves consecuencias para la salud de millones de personas en el mundo.
La vulnerabilidad biológica de estos monocultivos (por ejemplo frente a plagas y en comparación con cultivos biodiversos), además de la falta de adecuación, en tantasocasiones, de las variedades cultivadas a las características de suelo, clima y recursos disponibles de la región, ha conllevado una creciente dependencia de fertilizantes ypesticidas, en gran medida derivados del petróleo –de ahí que se les conozca también como agro-tóxicos–. De esta manera, esta agricultura industrializada predominante e impulsada institucionalmente de Norte a Sur no sólo no ha logrado responder a las necesidades de toda la población mundial, sino que ha contribuido a la degradación de los suelos, a la desaparición de variedades agrícolas y a la contaminación de los ecosistemas globales, acuíferos y atmósfera incluidos, afectando todo ello a la salud de las personas, además de empobrecer a multitud de poblaciones campesinas, crecientemente dependientes de semillas, fertilizantes y pesticidas importados. Son muchos, por tanto, los elementos que permiten aseverar que el actual modelo agroalimentario no es ni socialmente ni ambientalmente deseable, además de inviable a medio plazo en términos económicos.
Frente a esto, la transición hacia una agricultura y ganadería ecológicas (agroecología) se plantea no sólo como una alternativa viable, sino como una necesidad cada vez más urgente. Ello permitiría que la actividad agropecuaria fuera compatible con la salud de las personas y los ecosistemas. El grado de equidad social y de mantenimiento de la población rural en el territorio dependerá en cambio del grado de tecnificación, pero sobre todo de las estructuras de propiedad o de las dinámicas redistributivas en forma de ayudas promovidas desde el sector público.
Finalmente, un elemento esencial en cuanto a cómo se distribuyen mundialmente los alimentos, y directamente ligado a la viabilidad de unos modelos alimentarios u otros, es el tipo de dieta seguido.
Existe una abultada evidencia empírica que demuestra que los requerimientos territoriales, así como de agua y energía que requiere una dieta cada vez más rica en proteínas animales como la “euronorteamericana” no es generalizable, además de ser cada vez menos saludable.
La solución del problema alimentario global pasa por tanto necesariamente por esta cuestión.

En la segunda parte del informe se habla también de la necesidad tanto de acciones individuales como colectivas para provocar un cambio político sobre todo lo relacionado con el medio ambiente pero, ¿puede ser efectivo el cambio o la presión de millones de personas, incluso naciones enteras, cuando los mayores países contaminantes y consumidores de energía –Estados Unidos, China- son remisos a suscribir o cumplir los grandes compromisos internacionales a favor, p.e., de la disminución de emisiones de CO2?


Como comentaba más arriba, el movimiento internacional de mercancías y de capitales hace que hoy buena parte de los residuos generados, entre ellos las emisiones de CO2 u otros gases de efecto invernadero, se generen más allá de las fronteras en las cuales se consume el producto fabricado y transportado. Si el cambio del que hablamos se produce teniendo esto en cuenta, este será efectivo no sólo en la escala local donde este se produce, sino más
allá.
Por otro lado, frente al dogma librecambista internacional, pintado como un juego en el que todo el mundo gana y que acaba aplicándose más para unos que para otros en favor de intereses oligopólicos, la imposición de barreras arancelarias o no arancelarias al comercio con aquellos países incumplidores de los compromisos internacionales sería una opción posible como medio de presión para proteger el bien común. En muchas ocasiones esta forma de presión ha demostrado ser efectiva, como por ejemplo parece estar ocurriendo
con la industria nuclear iraní a la que se sospecha de investigación y desarrollo para usos militares.
Pero en cualquier caso, esperar a que el otro cambie para cambiar uno mismo es una opción paralizante y con frecuencia surge de solo ver sacrificios en la decisión del cambio. De ahí la importancia de subrayar las bondades sociales y económicas desde la escala colectiva a la individual que pueden suponer las transiciones socioecológicas hacia sociedades ecológicamente sostenibles y socialmente equitativas.



Se cita en el informe el obligado decrecimiento de Cuba, algo que, de alguna manera, está también ocurriendo en España, ¿podemos conseguir una sostenibilidad ambiental si no es decreciendo, reduciendo nuestro consumo, actividad industrial, etc.?

Depende de lo que entendamos por decrecimiento... Si por ello entendemos reducción del Producto Interior Bruto (PIB), no necesariamente ello implicará lograr una mayor sostenibilidad ambiental, ni tampoco al contrario: la cuestión es que este indicador monetario no es un reflejo del grado de protección ambiental, y de hecho, en términos más generales, hasta su capacidad de reflejar el bienestar social está más que puesto en duda. En ello influye la valoración monetaria (los precios) de las cosas, que al estar directamente ligada a relaciones de poder, carece de cualquier objetividad a la hora de dar cuenta del lo que para una sociedad es importante.
Si en cambio a lo que nos referimos es al metabolismo socioeconómico –la cantidad física de recursos utilizados y residuos generados– entonces tal decrecimiento es sin duda necesario, especialmente entre aquellas sociedades opulentas que sobrepasen netamente su
porción de capacidad de carga global. Pero incluso dentro de estas últimas los niveles de desigualdad pueden llegar a ser tan elevados que cualquier planteamiento de transición hacia la sostenibilidad ambiental que quiera ser socialmente justo necesariamente ha de ir acompañado de una fuerte carga redistributiva.
De ahí que quizás la noción de “prosperidad compartida y duradera” sintetice mejor la idea de lo que se quiere proponer, pues no olvidemos que un decrecimiento socio-metabólico podría también ser autoritario y absolutamente injusto.



¿Qué es el Worldwatch Institute?

Fundado en 1974 por Lester Brown es un instituto independiente de investigación sobre problemas medioambientales a los que busca soluciones sostenibles a través de una conjunción de la acción de gobiernos, empresas y ciudadanía. Su trabajo se dirige a acelerar la transición hacia un mundo sostenible que satisfaga las necesidades de la Humanidad mediante un acceso universal a las energías renovables y los alimentos nutritivos, la expansión del empleo ecológicamente racional y la transformación de nuestra cultura consumista en otra sostenible, además de acabar con el crecimiento de la población a través de una maternidad
saludable y responsable. Actualmente está presidido por el escritor y periodista Robert Engelman. Para desarrollar su labor se apoya en socios editores a través de todo el mundo lo que le permite difundir sus trabajos hasta en 20 idiomas. En España se encargan de ello la fundación FUHEM y la editorial Icaria.
Entre las actividades que desarrolla el Worldwatch Institute destaca la publicación anual del Estado Mundial –La situación del mundo-, un amplísimo informe que analiza al detalle todos los aspectos relacionados con la sostenibilidad –cambio climático, desarrollo urbano, seguridad mundial…- y que se viene publicando desde 1984.
Fundamentales también son los programas que desarrolla: Clima y Energía, Alimentación y Agricultura y Medio ambiente y Sociedad.

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