lunes, 14 de enero de 2013

Cambiamos el paisaje, reducimos la fauna


Como es conocido, casi sin pausa y muchas veces de manera acelerada, el ser humano modifica especialmente el entorno que habita y ello implica cambios en la fauna que comparte ese entorno, incapaz de adaptarse a transformaciones tan bruscas.
La Sociedad Española de Ornitología ha documentado el declive sufrido por muchas especies de aves conocidas –lechuzas, jilgueros, golondrinas, etc.- en muy pocos años.  Las causas van desde la disminución del pastoreo extensivo al uso de insecticidas, pasando por determinadas prácticas de ocio, la pérdida de hábitat por desarrollo urbanístico o agrícola y en muchas ocasiones la combinación de varios factores.
Precisamente, menor pastoreo extensivo provoca una disminución de los espacios abiertos y carentes de vegetación, donde era más fácil cazar, o una reducción de los excrementos del ganado usados como alimento. Los herbicidas, insecticidas y venenos contra los roedores reducen notablemente las presas, alimento de muchas especies de aves. Prácticas como la caza, la captura para enjaulamiento o el parany también contribuyen a este descenso.
Impresionan datos como estos: la población de golondrinas ha descendido un 20% desde 1998, la mitad en los últimos cinco años. En el mismo período se ha reducido en ocho millones la población de gorriones comunes. En poco más de una década, entre las aves nocturnas, mochuelos y lechuzas –en cuya dieta se cuentan los excrementos del ganado- se ha perdido un 40% de población.
También especies que nos parecen inagotables sufren notables descensos: en los últimos catorce años las poblaciones de codornices, perdices y tórtolas se han reducido un 30%.
Más dramático aún es el caso de especies menos conocidas: desde 1998 el alcaudón real ha sufrido un declive del 60% y la tarabilla norteña el 80%.
Más allá de las frías cifras encontramos el riesgo de supervivencia como especie de aves como el cernícalo común, el alcaudón real, la tarabilla común o la collada rubia y la transformación de los lugares que habitamos hasta el punto de perder sonidos, imágenes y sensaciones que conforman nuestro entorno.
Existe, al menos, un aspecto positivo: el abandono rural y el consiguiente desarrollo y expansión de bosques y zonas arbóreas favorecen el crecimiento de otras especies como el pinzón, la paloma torcaz o el pico picapinos.

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