
El
ipé es un árbol tropical que crece principalmente en la selva amazónica. Puede
superar los 40 metros
de alto con un diámetro de 1,8
metros , si bien lo habitual es que mida 30 metros y entre 60 y 90
cms. de anchura en su tronco. Es especial, principalmente, por dos motivos:
-su
madera que, una vez secada, resiste de forma natural a los insectos, la humedad
y los incendios y dura entre dos y tres veces más que otras maderas utilizadas
habitualmente como la del pino, el abeto o la secoya
-su
bajísima densidad, con un promedio de un ipé por cada diez hectáreas.
Las
peculiaridades de su madera lo hacen muy apetecible para pasarelas y puentes y,
en general, para ser utilizada en exteriores pero talar un ipé, situado éste en
la selva entre otros muchos árboles, implica deforestar todo el terreno
necesario para llegar a él, trabajar con comodidad y transportarlo. La belleza
de su floración entre agosto y septiembre que salpica la selva de rosa,
amarillo o blanco acaba convirtiéndolo en una de las principales causas de la
deforestación amazónica, más aún con los altos niveles de tala ilegal y
descontrol en la explotación forestal de la selva amazónica (ver Revista
Ecoaula número 21). En cualquier caso es legal talar hasta el 90% de estos árboles con una segunda tala a los 35
años, si bien se estima en 60 años el tiempo necesario para que se recupere.
España
es el octavo mayor importador del mundo de esta madera y el cuarto de Europa; podemos
pisar esta madera en puentes sobre los ríos Manzanares, Ebro o Nervión, sin ir
más lejos. La sobreexplotación de este árbol ha llevado a los importadores de
madera a recomendar el consumo de otras maderas parecidas y menos escasas,
tanto tropicales como centroeuropeas.
El
ipé es buen ejemplo de la maldición que suele acompañar a las cosas bellas y
exclusivas y del ciego consumo humano de recursos que no repara en daños ni en
gastos en el momento de conseguir su objetivo.
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