En esta comarca que habitamos, donde pocas cosas nos pueden hacer sentir orgullosos a nivel paisajístico, resultaba una satisfacción contar con un río tan original que, en un momento dado, se sumergía en la tierra, discurría subterráneo y luego volvía a aparecer. O al menos así nos lo habían contado en la escuela y se había repetido siempre. Pero esto puede que sea de otra manera, el mágico río Guadiana puede no serlo tanto aunque seguiría manteniendo sus peculiaridades, porque, como en un truco de ilusionista, no estaríamos hablando de un río, sino de dos.
Uno, el Guadiana Alto, que nacería en las Lagunas de Ruidera, en el Acuífero 24, y recorrería 76 kilómetros hasta filtrarse sus aguas en el Acuífero 23 –o así lo hacía hasta la construcción del embalse de Peñarroya. Allí se mezclarían y discurrirían conjuntamente por el subsuelo.
Por otra parte, el Guadiana propiamente dicho, surgiría –o surgía, antes de la sobreexplotación del acuífero- al rebosar el Acuífero 23 en los Ojos del Guadiana, en Villarrubia, desde donde iniciaría su camino, hasta dar a la mar en Ayamonte.
Uno, el Guadiana Alto, que nacería en las Lagunas de Ruidera, en el Acuífero 24, y recorrería 76 kilómetros hasta filtrarse sus aguas en el Acuífero 23 –o así lo hacía hasta la construcción del embalse de Peñarroya. Allí se mezclarían y discurrirían conjuntamente por el subsuelo.
Por otra parte, el Guadiana propiamente dicho, surgiría –o surgía, antes de la sobreexplotación del acuífero- al rebosar el Acuífero 23 en los Ojos del Guadiana, en Villarrubia, desde donde iniciaría su camino, hasta dar a la mar en Ayamonte.
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