Si bien ciñéndonos al diccionario, desertización y desertificación son lo mismo, se viene aceptando que en el primer caso las causas son naturales y en el segundo, las produce la actividad humana.
En todos ellos, estamos frente a un gravísimo problema para nuestro planeta que sufren millones de personas y que no deja de crecer, por el que tierras fértiles acaban degradándose hasta poder convertirse en desiertos.
Las causas naturales, frente a las que poco podemos hacer, son el clima, la disposición del suelo que favorece la pérdida del agua de lluvia, la falta de materia orgánica que no retiene la lluvia ni la humedad, etc.
Pero las causas antrópicas, las que provienen de la actividad humana, son las que más deben interesarnos puesto que, como en el caso del cambio climático, al ser nosotros los causantes podemos revertir la situación.
Dentro del apartado que firma Luis Recatalá Boix (Departamento de Planificación Territorial de la Universidad de Valencia) se enumeran las siguientes, referidas en concreto a la región mediterránea, pero aplicables en general:
Expansión urbana e industrial, que ha crecido de manera imparable, muy especialmente en la costa, lo que provoca la contaminación del agua, el aire y el suelo y, sobre todo, provoca una grave degradación de éste mediante las obras de ingeniería civil necesarias para la construcción de viviendas, fábricas, carreteras, etc. mediante el movimiento de tierras, la cementación o la asfaltización, produciendo en la mayoría de los casos la pérdida irreversible del suelo fértil.
Intensificación agrícola, que elimina la cobertura vegetal con lo que se reduce la calidad biológica y natural de la zona, además de contaminar suelo y agua con el uso de fertilizantes y pesticidas y la salinización del suelo, bien por los regadíos ricos en sales o por la intrusión de agua marina al descender los acuíferos debido a una excesiva extracción de agua de éstos, como ahora veremos.
Abandono de cultivos marginales, tras las migraciones a zonas industrializadas que propician, más aún en lugares en pendiente, una mayor erosión del suelo abandonado.
Incendios forestales, por prácticas agrícolas, intereses urbanísticos, etc. que dejan expuesto el suelo a una fuerte erosión ante las lluvias torrenciales con la consiguiente pérdida de nutrientes.
Sobeexplotación de recursos hídricos, tanto por la intensificación de la agricultura, ya comentada, como por el uso para la industria o por el aumento de población ante la expansión urbanística, que favorece la aridez del terreno.
Turismo, que provoca varias de las consecuencias antes comentadas ante la urbanización de suelos rústicos con su correspondiente asfaltización y el mayor consumo de recursos hídricos ante el aumento de población.
Sobrepastoreo, pues si bien el pastoreo favorece en muchos casos el medio natural, una práctica excesiva reduce o acaba con la cubierta vegetal.
Pero una vez visto el problema y sus causas, interesa buscar las alternativas y soluciones para frenar o revertir este proceso, más aún cuando las previsiones sobre los efectos del cambio climático, inestimable colaborador de la desertización, auguran más sequías, salinización del suelo, etc.
El artículo citado incide, puestos a arreglar las cosas, en una planificación territorial participativa, siendo evidente la imposibilidad de afrontar este grave problema en solitario. De una parte, los planes desde los Estados deben ser tanto nacionales como sub-regionales y regionales, en una acción conjunta de los países de una zona –en el caso citado, la Región Mediterránea Norte- y por otra, el procedimiento debe desarrollarse de abajo hacia arriba –como establecía la Convención de las Naciones Unidas sobre la desertificación- potenciando las participación de las comunidades locales tanto en la definición como en la ejecución de los planes contra la desertificación, teniendo en cuenta los conocimientos, potencialidades y limitaciones de éstas.
En cualquier caso, la lucha contra este problema pasa por establecer un desarrollo sostenible con un uso racional de los recursos hídricos y edáficos, un consumo equilibrado de bienes y una planificación de las actividades humanas acorde con el territorio donde se desarrollan, teniendo presente en todo momento la necesidad de preservar el medio ambiente.
Julian Green
El libro Cuatro grandes retos, una solución global editado por la Fundación IPADE con la participación de diversos autores, representa un breve compendio realmente útil para comprender estos cuatro grandes problemas del planeta y quienes lo habitan (cambio climático, pérdida de biodiversidad, desertificación y pobreza) y hacerlo entendiendo todos los beneficios directos que sus soluciones nos ofrecen. Si bien espeso y poco apto para “no iniciados” en algunos apartados, la aportación de numerosos expertos nos da una visión clara, comprensible y, además, positiva de cómo solucionar estos problemas. Publicado en 2010, sus contenidos son plenamente actuales así como las alternativas propuestas.
Por ello, su importancia y actualidad nos ha motivado a ir más allá de la típica reseña y ahondar brevemente en cuatro de los temas que desarrolla.
Julian Green
El libro Cuatro grandes retos, una solución global editado por la Fundación IPADE con la participación de diversos autores, representa un breve compendio realmente útil para comprender estos cuatro grandes problemas del planeta y quienes lo habitan (cambio climático, pérdida de biodiversidad, desertificación y pobreza) y hacerlo entendiendo todos los beneficios directos que sus soluciones nos ofrecen. Si bien espeso y poco apto para “no iniciados” en algunos apartados, la aportación de numerosos expertos nos da una visión clara, comprensible y, además, positiva de cómo solucionar estos problemas. Publicado en 2010, sus contenidos son plenamente actuales así como las alternativas propuestas.
Por ello, su importancia y actualidad nos ha motivado a ir más allá de la típica reseña y ahondar brevemente en cuatro de los temas que desarrolla.
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