sábado, 20 de diciembre de 2014

Nuestro futuro robado

Nuestro futuro robado apareció en 1996 y un año después lo hacía en España, publicado por la Asociación Vida Sana. Si Primavera Silenciosa (1962) de la bióloga Rachel Carson fue el primer aviso de lo pernicioso que podían ser  las sustancias químicas que se venían produciendo y dispersando masivamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esta obra representa un paso adelante al relacionar diversas evidencias aisladas y llegar a conclusiones verdaderamente inquietantes.
El número de polluelos de águila calva descendía bruscamente en la Costa del Golfo (Florida), los visones criados cerca de los Grandes Lagos reducían su progenie y eran muy frecuentes las hembras que no concebían, el 80% de los polluelos de gaviotas argénteas de la isla Near en el lago Ontario morían antes de salir del cascarón, una epidemia acababa con el 40% de las focas del mar del Norte, siendo mucho menor la mortandad en las costas menos contaminadas de Escocia… 
La relación evidente entre zonas contaminadas y alteraciones de la sexualidad o del sistema inmunológico en los animales que las habitaban provocó las investigaciones de la zoóloga Theo Colborn.
En estas investigaciones tuvo mucho que ver lo ocurrido con el DES (dietil-estilbestrol), estrógeno sintético utilizado para reducir el número de abortos y cuyo daño sólo se hizo manifiesto cuando las hijas de las mujeres que lo habían utilizado alcanzaban la pubertad.
De esta manera, como disruptores hormonales parecían actuar compuestos orgánicos persistentes como PCBs, DDT, dioxinas, furanos, etc. afectando a las partes del cuerpo controladas por las hormonas y pudiendo provocar problemas de aprendizaje, déficit de atención, problemas en el desarrollo cerebral, deformidades, diversos tipos de cáncer, feminización de machos y masculinización de hembras, etc. etc.
Tres factores aumentaban desmesuradamente el peligro de estos compuestos para los animales -incluidos los humanos-: el que las citadas sustancias químicas estuvieran en cualquier lugar del planeta, por escondido que se hallara, y en cualquier individuo, por aislado que viviera; su persistencia en el medio natural y el tiempo que pasaba desde que actuaban –en el vientre materno- hasta que se manifestaban sus consecuencias –al llegar a la pubertad o incluso la madurez-.   
Nuestro futuro robado nos dejaba inquietantes evidencias, preguntas para cuya aclaración es necesaria una inversión de medios y tiempo que no siempre se está dispuesto a emplear y una prescripción clara: debemos ir más allá del paradigma del cáncer… Las sustancias químicas disruptoras hormonales no son venenos clásicos ni carcinógenos típicos. Se atienen a reglas diferentes… el análisis de sustancias químicas para detectar el cáncer no siempre nos ha protegido de otros tipos de perjuicios.
Además indicaba un camino a seguir para remediar o aminorar los riesgos de las miles de sustancias químicas que existen: conocer el agua que bebemos y los alimentos que comemos, evitar exposiciones y usos innecesarios –pesticidas, plaguicidas-, no considerar por supuesto seguro ningún tipo de plaguicida, considerar las interacciones entre diferentes productos, no calentar alimentos envueltos en plásticos, legislar para proteger a niños y nonatos, exigir anuncios y publicidad plena de los lugares y de los productos utilizados donde se usan plaguicidas, evaluar plásticos, realizar estudios epidemiológicos, etc. etc.
Y quizá, sobre todo, no decaer ante el peso del abrumador problema: nuestras botellas de agua ya no llevan PVC, los mordedores para niños ya no contienen ftalatos, el bisfenol A no se encuentra fácilmente… Podemos recuperar nuestro futuro. 

 Theo Colborn,  fallecida el pasado 14 de diciembre 


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