Nuestro
futuro robado apareció en 1996 y
un año después lo hacía en España, publicado por la Asociación Vida
Sana. Si Primavera Silenciosa (1962)
de la bióloga Rachel Carson fue el primer aviso de lo pernicioso que podían
ser las sustancias químicas que se venían
produciendo y dispersando masivamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esta
obra representa un paso adelante al relacionar diversas evidencias aisladas y
llegar a conclusiones verdaderamente inquietantes.
El
número de polluelos de águila calva descendía bruscamente en la Costa del Golfo (Florida),
los visones criados cerca de los Grandes Lagos reducían su progenie y eran muy
frecuentes las hembras que no concebían, el 80% de los polluelos de gaviotas
argénteas de la isla Near en el lago Ontario morían antes de salir del
cascarón, una epidemia acababa con el 40% de las focas del mar del Norte,
siendo mucho menor la mortandad en las costas menos contaminadas de
Escocia…
La
relación evidente entre zonas contaminadas y alteraciones de la sexualidad o
del sistema inmunológico en los animales que las habitaban provocó las
investigaciones de la zoóloga Theo Colborn.
En
estas investigaciones tuvo mucho que ver lo ocurrido con el DES
(dietil-estilbestrol), estrógeno sintético utilizado para reducir el número de
abortos y cuyo daño sólo se hizo manifiesto cuando las hijas de las mujeres que
lo habían utilizado alcanzaban la pubertad.
De
esta manera, como disruptores hormonales parecían actuar compuestos orgánicos
persistentes como PCBs, DDT, dioxinas, furanos, etc. afectando a las partes del
cuerpo controladas por las hormonas y pudiendo provocar problemas de
aprendizaje, déficit de atención, problemas en el desarrollo cerebral,
deformidades, diversos tipos de cáncer, feminización de machos y masculinización
de hembras, etc. etc.
Tres
factores aumentaban desmesuradamente el peligro de estos compuestos para los
animales -incluidos los humanos-: el que las citadas sustancias químicas
estuvieran en cualquier lugar del planeta, por escondido que se hallara, y en
cualquier individuo, por aislado que viviera; su persistencia en el medio
natural y el tiempo que pasaba desde que actuaban –en el vientre materno- hasta
que se manifestaban sus consecuencias –al llegar a la pubertad o incluso la
madurez-.
Nuestro
futuro robado nos dejaba
inquietantes evidencias, preguntas para cuya aclaración es necesaria una
inversión de medios y tiempo que no siempre se está dispuesto a emplear y una
prescripción clara: debemos ir más allá
del paradigma del cáncer… Las sustancias químicas disruptoras hormonales no son
venenos clásicos ni carcinógenos típicos. Se atienen a reglas diferentes… el
análisis de sustancias químicas para detectar el cáncer no siempre nos ha
protegido de otros tipos de perjuicios.
Además
indicaba un camino a seguir para remediar o aminorar los riesgos de las miles
de sustancias químicas que existen: conocer el agua que bebemos y los alimentos
que comemos, evitar exposiciones y usos innecesarios –pesticidas, plaguicidas-,
no considerar por supuesto seguro ningún tipo de plaguicida, considerar las
interacciones entre diferentes productos, no calentar alimentos envueltos en
plásticos, legislar para proteger a niños y nonatos, exigir anuncios y
publicidad plena de los lugares y de los productos utilizados donde se usan
plaguicidas, evaluar plásticos, realizar estudios epidemiológicos, etc. etc.
Y
quizá, sobre todo, no decaer ante el peso del abrumador problema: nuestras
botellas de agua ya no llevan PVC, los mordedores para niños ya no contienen
ftalatos, el bisfenol A no se encuentra fácilmente… Podemos recuperar nuestro
futuro.
Theo Colborn, fallecida el pasado 14 de diciembre |
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