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Los
inuit y los saami, afectados en lo más básico por las temperaturas más suaves y
el deshielo, son buen ejemplo de ello.
Pero
el problema no acaba ahí ya que muchas medidas para mitigar los efectos del
cambio climático o frenar su expansión pueden perjudicar gravemente a
determinados pueblos indígenas.
Uno
de esos pueblos es el guaraní, que se ve desplazado por los cultivos de caña de
azúcar para producir etanol como alternativa a los combustibles fósiles. La
presa Bakun, construída para producir energía hidroeléctrica, desplazó a 10.000
indígenas en Borneo mientras que la conservación de la selva Mau, en Kenia,
implicaba la expulsión de los ogiek, cazadores-recolectores.
Este
informe demuestra cómo el cambio climático no es una amenaza, sino una triste
realidad, y que en la defensa contra sus efectos se repiten los habituales errores
al no tener una visión global del problema sino irlo parcheando.
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