Admiramos a las abejas por su organización social casi perfecta y por fabricar uno de los alimentos más complejo y casi imperecedero: la miel. Más pacíficas, hacendosas y productivas para nosotros que las avispas, no es raro que nos sorprendan y preocupen las periódicas noticias que hablan de misteriosas desapariciones, de colmenas despobladas, de comarcas enteras donde no queda ni una sola abeja.
Nos parece una señal de que algo anda mal, de que algo peligroso se acerca… Pero, como todo, tiene una o varias explicaciones, aunque éstas no sean nada tranquilizadoras.
A mediados de la última década del siglo XX, los apicultores norteamericanos empezaron a encontrar, de manera notable y creciente, colmenas donde habían desaparecido gran parte de las abejas, aunque posiblemente, el fenómeno comenzara en los años noventa.
El colapso de colonias o síndrome de despoblamiento de las colmenas (CCD en sus siglas en inglés) se apreció en Europa a partir de 2007, en países como España, Grecia, Italia, Portugal, Bélgica, Francia y Holanda. Alemania y Suiza también comenzaron a dar la voz de alarma. y en 2009 en Irlanda del Norte se encontraban colmenas donde más de la mitad de sus abejas se había “esfumado”.
El síndrome de despoblamiento de las colmenas se caracteriza por una progresiva e inexplicable desaparición de las abejas de una colmena hasta que ésta se colapsa al ser incapaz de realizar su mantenimiento.
¿Qué podía estar provocando tan misteriosa desaparición con trazas de plaga bíblica?
La trascendental labor de las abejas para la producción de alimentos en todo el mundo y las pérdidas directas a la apicultura hicieron que pronto se buscaran las causas y se aventuraran hipótesis. De todas, dos parecen ser las causas que explicarían el síndrome de despoblamiento de colmenas que, por otra parte, no deja de crecer.
Enfermedades.
La principal causante del despoblamiento de las colmenas parece ser la nosemiosis, una infección producida por un parásito unicelular cuyas esporas son ingeridas por las abejas con su alimento y que destruye las células epiteliales encargadas de la digestión y asimilación de nutrientes, debilitando al animal. El parásito en cuestión es el Nosema ceranae, microspórido de la abeja asiática (apis ceranae) que ha colonizado a nuestra abeja doméstica, la apis mellifera.
Si bien este parásito ataca tanto a obreras, como a zánganos o a la propia reina, se ceba especialmente en las obreras de más de quince días de vida, produciéndoles una debilidad general que, entre otros efectos, puede impedirles volar.
En un principio la muerte de las obreras no afecta a la colmena en tanto la reina es capaz de ir reemplazando las abejas muertas. Esto explicaría el súbito colapso de la colmena sin síntomas previos.
La contaminación de la colmena podría estar provocada tanto por un mal manejo de la colmena como por la cercanía de colonias infectadas, entre otras causas.
Hasta ahora la manera más efectiva de combatir esta infección ha sido el uso de un antibiótico, la fumagilina, aunque se están buscando métodos alternativos ante la aparición de resistencias y el rebrote infeccioso pasadas seis semanas del uso del antibiótico.
Pero hay otras enfermedades a las que se les achaca relación directa con el síndrome de despoblamiento de las colmenas (CCD):
Virus de parálisis aguda de Israel. Un estudio de la Univesidad de Columbia que señalaba a este virus como posible causante del CCD apuntaba que sólo producía la enfermedad cuando el sistema inmunitario estaba dañado por otras causas, como el nosema ceranae, por lo que descartaba a éste como causante principal del síndrome. No obstante, el estudio no establecía una relación causal entre el virus y el CCD y estaba realizado sobre un número muy reducido de abejas.
Varroasis. Es una enfermedad producida por un ácaro, el varroa, concretamente en la abeja doméstica lo produce el varroa destructor. Se reproduce en larvas y pupas de las abejas, aunque también parasita a las abejas adultas provocándoles una disminución de su masa corporal. Puede destruir las colmenas durante el invierno.
Insecticidas.
Varios insecticidas son acusados de la desaparición de las abejas.
Los que más posibilidades tienen de ser culpables de esta masacre son los neonicotinoides, utilizados para proteger a plantas y animales de insectos pero en ningún caso concebidos para dañar a las abejas.
Este insecticida actúa sobre el sistema nervioso central de los insectos, produciéndoles parálisis.
El Imidacloprid es, probablemente, el insecticida de esta familia más utilizado y es especialmente efectivo contra piojos, pulgas y mosquitos. Su efecto residual es largo. En 2011 la Comisión Europea reconoció la toxicidad de este producto aunque permitió su uso mientras no superara niveles no nocivos.
Un estudio de la Universidad de Stirling publicado en Science en marzo pasado apuntaba a que el insecticida causaba desorientación en los insectos.
Tanto la parálisis que, sin duda, producen los neonicotinoides como la posible desorientación explicarían la disminución del número de inquilinas de las colmenas que las colmenas sin que se encuentren sus restos en el interior o en los alrededores de la misma, ya que el insecticida les afectaría mientras se encontraran recolectando alimento.
Otro nicotinoide muy utilizado, introducido, como el anterior, hace 20 años, es el thiamethoxam, insecticida de segunda generación y sobre el que el Instituto Nacional de Investigación Agronómica de Avignon realizó también recientemente un estudio instalando aparatos de radiofrecuencia en las abejas. El 43% de los insectos que recibieron thiamethoxam murió fuera de la colmena frente al 17% que no recibió ningún insecticida.
Además de los neonicotinoides, los fenilpirazoles para algunos también resultan sospechosos de dañar a las abejas. Estos insecticidas y acaricidas, al contrario que los neonicotinoides, producen una hiperexcitación en el insecto que acaba matándolo. Su representante más conocido es el fipronil; se usa para combatir las pulgas y garrapatas en perros y gatos aunque también ha pasado a utilizarse en la ganadería.
Otro insecticida más que sospechoso, actualmente utilizado, entre otros, para la fumigación de eucaliptos, es el flufenoxurón. Recibió la “no aprobación” de la Unión Europea en septiembre del 2011 y es tóxico para la larva de la abeja.
Otras posibles causas
Muchas otras causas se señalan como responsables del CCD. Algunas de ellas carecen de fundamento, como las radiofrecuencias utilizadas en las comunicaciones o los cultivos transgénicos. El cambio climático también es señalado como responsable al estar alterando temperaturas, floraciones, etc. produciendo cambios en la vida de las abejas.
No obstante quizá, como apuntan algunos expertos, no haya ninguna causa concreta y sea una suma de ellas lo que está provocando el despoblamiento de las colmenas.
Como hemos visto son variadas las explicaciones que se dan a este síndrome sin que en ningún caso haya unanimidad en las causas. Pero en las consecuencias sí existe esa unanimidad: la desaparición de las abejas sería desastrosa para la naturaleza y para los humanos.
Al contrario que para descubrir las causas no hay que dar muchas vueltas ni investigar demasiado para darse cuenta de la peligrosa situación creada por el despoblamiento de colmenas.
Dos terceras partes de las plantas que nos comemos dependen para su desarrollo de la polinización de las abejas, el 9,5% de la producción mundial de alimentos depende de su buen hacer y, concretamente, en Europa el 84% de nuestras cosechas son polinizadas por abejas…
Cualquiera puede darse cuenta sólo con estos datos de la grave situación a la que nos enfrentamos si se siguen despoblando colmenas, si sigue disminuyendo el número de abejas.
Autor: Julian Green
Fuentes: Fundación Amigos de las abejas, ecoticias.com, elmundo.es, lavanguardia.com, La voz de Galicia, Ciencia al cubo, Centro Apícola Regional de Castilla La Mancha , trabajos de Francisco Padilla Alvarez y J. M. Flores Serrano (Universidad de Córdoba), BASF, Las abejas como elemento bioindicador (Lluís Torrente, UNED)
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