Como
es conocido, casi sin pausa y muchas veces de manera acelerada, el ser humano
modifica especialmente el entorno que habita y ello implica cambios en la fauna
que comparte ese entorno, incapaz de adaptarse a transformaciones tan bruscas.
La Sociedad Española de
Ornitología ha documentado el
declive sufrido por muchas especies de aves conocidas –lechuzas, jilgueros,
golondrinas, etc.- en muy pocos años. Las causas van desde la disminución del
pastoreo extensivo al uso de insecticidas, pasando por determinadas prácticas
de ocio, la pérdida de hábitat por desarrollo urbanístico o agrícola y en
muchas ocasiones la combinación de varios factores.
Precisamente,
menor pastoreo extensivo provoca una disminución de los espacios abiertos y
carentes de vegetación, donde era más fácil cazar, o una reducción de los
excrementos del ganado usados como alimento. Los herbicidas, insecticidas y
venenos contra los roedores reducen notablemente las presas, alimento de muchas
especies de aves. Prácticas como la caza, la captura para enjaulamiento o el parany
también contribuyen a este descenso.
Impresionan
datos como estos: la población de golondrinas ha descendido un 20% desde 1998,
la mitad en los últimos cinco años. En el mismo período se ha reducido en ocho
millones la población de gorriones comunes. En poco más de una década, entre
las aves nocturnas, mochuelos y lechuzas –en cuya dieta se cuentan los
excrementos del ganado- se ha perdido un 40% de población.
También
especies que nos parecen inagotables sufren notables descensos: en los últimos
catorce años las poblaciones de codornices, perdices y tórtolas se han reducido
un 30%.
Más
dramático aún es el caso de especies menos conocidas: desde 1998 el alcaudón
real ha sufrido un declive del 60% y la tarabilla norteña el 80%.
Más
allá de las frías cifras encontramos el riesgo de supervivencia como especie de
aves como el cernícalo común, el alcaudón real, la tarabilla común o la collada
rubia y la transformación de los lugares que habitamos hasta el punto de perder
sonidos, imágenes y sensaciones que conforman nuestro entorno.
Existe,
al menos, un aspecto positivo: el abandono rural y el consiguiente desarrollo y
expansión de bosques y zonas arbóreas favorecen el crecimiento de otras especies
como el pinzón, la paloma torcaz o el pico picapinos.