La
reciente crecida del Ebro y sus consecuencias ha vuelto a poner sobre la mesa
el resultado del uso y abuso que hacemos de los ríos y que parece importarnos
únicamente cuando éstos provocan desastres evidentes.
Para
llegar a la raíz de este problema recurrente y, por lo tanto, poder encontrar
soluciones, resulta imprescindible la Guía Metolodógica sobre buenas prácticas en gestión de inundaciones del profesor de Geografía
Física, Alfredo Ollero.
Vamos
a tratar de resumir este texto claro y ameno para poder conocer muchos aspectos
sobre el problema que a menudo se olvidan así como las más efectivas
alternativas que pueden solucionarlo.
Vemos
los ríos como simples canales que transportan el agua que nos resulta
imprescindible para vivir y desarrollarnos, por lo que podemos conectarlos para
trasvasar agua de un lugar a otro de la geografía sin más condición que las
necesidades de cada territorio; ignoramos la vida que arrastran y mantienen en
su cauce, en las vegas que atraviesan, en sus desembocaduras; los utilizamos a
conveniencia: los desviamos, soterramos, construimos en sus riberas, ignoramos
su ser, el verdadero espacio que ocupan y acabamos sufriendo las consecuencias
de manera desastrosa. Más aún, seguimos ignorando su naturaleza a la hora de
buscar soluciones, que se adaptan a nuestros medios e intereses, desperdiciando
muchas veces recursos y esfuerzo para no arreglar nada.
Por
ello, aunque pueda sorprender, habría que empezar por preguntarse, ¿qué es
un río?
Un río es un sistema natural que trabaja de forma eficiente en
transportar agua, sedimentos, nutrientes y seres vivos desde el continente
hasta el mar
Equilibran
el ciclo hidrológico trasladando el agua sobrante de las precipitaciones al
mar, transportan los materiales generados por la erosión, recargan los
acuíferos, regeneran las playas y, lo que es muy importante para el tema que
nos ocupa, se regulan a sí mismos, abren sus llanuras para contener sus crecidas y disponen
almacenes temporales de sedimentos, escalonando poco o poco su trabajo.
No son, en ningún caso, un enemigo del que defendernos, como hemos
pasado a verlos en las últimas generaciones, cada vez más alejados de la
naturaleza de la que vivimos; las crecidas e inundaciones son procesos
naturales, necesarios y beneficiosos.
Por ello es fundamental conocer sus límites que no son, desde
luego, el cauce que habitualmente ocupa: el río es la corriente de agua, pero
también las aguas subterráneas, las orillas y el espacio lateral que puede
inundarse periódicamente. Por mucho que vivamos en ese “territorio fluvial” y
lo ocupemos, no es nuestro y mantener elementos fijos puede tener las
consecuencias que hemos visto estos días porque los límites laterales del río son las laderas de su valle, un
terreno al que ya no pueden llegar las aguas en las máximas crecidas posibles.
Como ya se ha dicho, las crecidas de los ríos son fenómenos
naturales que no pueden evitarse. Son procesos universales y frecuentes, tan
normales que deberíamos estar perfectamente preparados para convivir con ellos,
como lo estuvieron nuestros antepasados generación tras generación.
Ocurre y ocurrirá en todos los ríos del planeta, de tal forma que
el 10% de las tierras emergidas corresponden a zonas inundables y en ellas vive
un tercio de la población mundial. Más aún, el desbordamiento y la inundación
es una manera que tiene el río de disminuir la energía y la altura de las aguas
por lo que la primera manera de gestionar correctamente las inundaciones es la conservación de los ríos tal y como son
y la restauración fluvial.
¿Dónde puede estar el
beneficio de la crecida de un río?
Puede costar encontrar beneficioso un episodio que anega campos,
granjas, calles o viviendas, pero estos son muchos:
-la crecida dimensiona el río de manera que pueda cumplir
correctamente su función de transporte, creando cauces secundarios, acortando
meandros, etc.
-acelera los procesos de erosión, transporte y sedimentación,
reclasificando los sedimentos adecuadamente
-limpia el cauce, removiendo sedimentos y oxigenando los fondos
-renueva, transporta y rejuvenece las especies de animales y
vegetales
-expande sedimentos y nutrientes que enriquecen la llanura
fluvial,
-recarga el acuífero aluvial y diluye contaminantes
Las crecidas han enriquecido valles fluviales en los que se han
fraguado conocidas civilizaciones de la antigüedad y, en definitiva, si no hay crecidas los suelos de las
huertas se empobrecerán, los contaminantes se acumularán sin solución, se
modificará negativamente la morfología de los cauces (estrechándose y
encajándose), aumentarán las especies invasoras, las sequías estivales serán
mas graves, los sedimentos serán colonizados y fijados por plantas terrestres y
macrofitos y no podrán avanzar aguas abajo y, en consecuencia, los deltas y las
playas serán invadidos por el mar.
Hablemos de soluciones
Como ya se ha visto, a la hora de buscar soluciones es fundamental
tener en cuenta que no se debe tratar de evitar inundaciones y que es
imprescindible conocer el río, conservarlo y adaptarse a él.
Por ello habría que empezar por descartar muchas de las que
erróneamente se consideran soluciones:
-Embalses y presas de retención. X
La regulación o laminación de crecidas mediante presas sólo se
puede realizar en algunos embalses y en determinadas circunstancias. En el
mejor de los casos pueden ser efectivos en crecidas pequeñas y provocan grandes
impactos en el sistema fluvial que, entre otras consecuencias, pueden aumentar
los peligros de una inundación.
-Defensas. X
Los diques elevados de tierra compactada (motas) son poco
efectivas por las filtraciones de agua, suponen un gran coste mantenimiento
porque se rompen tras cada inundación y desconecta el río de la llanura de
inundación.
Las escolleras en las orillas erosivas tienen por objeto que éstas
no se erosionen; consiguen reducir la aportación de sedimentos al cauce y
desvían la energía del agua a tramos no defendidos, con diversas consecuencias
negativas.
-Encauzamientos y canalizaciones. X
Muros de hormingón, escolleras cementadas… transforman el río en
un canal, estrechan el cauce, con lo que los sedimentos depositados suben el
nivel y, en definitiva, dan más fuerza a la futura crecida. Lógicamente, la
mejor manera de reducir la energía de una crecida es hacer más ancho el cauce.
-Dragados y limpiezas. X
El río, de
forma natural, se limpia a sí mismo, por lo que el dragado tiene poco de
beneficio y mucho de coste. Modifican
la geomorfología del fondo y los caracteres hidráulicos del tramo, generando
erosión remontante, incisión o encajamiento del lecho, acorazamiento,
irregularización de los fondos, inestabilización de orillas, descenso del
freático (…) efectos en desembocaduras, déficit sedimentario en el río y en el
litoral, etc. Afectan directamente a la fauna bentónica e hiporreica, en muchos
casos especies protegidas y en peligro de extinción. (…)
Todas estas
medidas acaban dando una falsa percepción de seguridad, más aún cuando
representan una respuesta puntual tras el problema que impide tomar soluciones
a largo plazo, con lo que el riesgo persiste.
Pero, si todas
estas alternativas, que son las habitualmente utilizadas, sirven poco o nada,
¿qué soluciones nos quedan?
Son múltiples,
de tal manera que nos obligan a un resumen quizá insuficiente pero necesario
por el espacio del que disponemos.
-Como se viene
repitiendo en este artículo, es básico conocer el río, cómo es, cómo era,
actualizar ese conocimiento y divulgarlo.
-Delimitar las
zonas inundables, que van más allá de las orillas y que afecta al territorio
fluvial, esto es el espacio
propio que ha sido modelado por las crecidas y que está conformado por el cauce
menor, las riberas y parcial o totalmente la llanura de inundación, conformado también por antiguos cauces
y meandros. La devolución libre al río de este espacio también resulta básico
para que las inundaciones no supongan un desastre.
-Conservar o
restaurar el funcionamiento natural del río –revegetación de las cuencas y
riberas, reconexión y recuperación de meandros, etc.-
-Rebaja de
terrenos inudables sobreelevados.
-La ordenación
del territorio de los espacios inundables también resulta fundamental para
prevenir o mitigar los efectos de las crecidas: declarar los territorios de
riesgo, evaluación del riesgo en el desarrollo rural y en los planes
urbanísticos, desurbanizar áreas inundables, adaptación del suelo a la inundabilidad,
normas de construcción que reduzcan el riesgo, etc.
-Como también
se ha citado, es necesario la revisión de la efectividad de las defensas contra
las crecidas, sustituir éstas por bioingeniería, eliminación de obstáculos
antrópicos, etc. etc. etc.
En resumidas
cuentas, las soluciones pasan por respetar el río en todas sus dimensiones y su
historia, valorar y controlar los riesgos y tenerlo en cuenta en el momento de
realizar cualquier actuación en torno a él.
Julian Green
A modo de anexo: Principios para la gestión del riesgo de inundaciones
(Extracto del texto original)
Para trabajar en gestión de riesgos lo primero es conocer el
río y la situación, y a partir de ahí llevar a cabo una reflexión seria y
profunda sobre los siguientes principios fundamentales, que en cualquier
planteamiento o actuación habría que tratar de tener siempre en cuenta. Son
siete principios que se interrelacionan entre sí y en los que domina el sentido
común.
Principio de
integración. La
gestión de riesgos no puede ser un procedimiento aislado, sino que debe
integrarse con la gestión ambiental y la ordenación del territorio y debe
integrar todos los riesgos sinérgicos de un área, medidas posibles y agentes
implicados, desde la respuesta rápida local hasta la solidaridad internacional.
En materia de inundaciones es fundamental, a partir de la alerta temprana, la
coordinación entre todas las administraciones y agentes implicados, así como
cumplir y respetar todos los principios y acuerdos de carácter ambiental y
territorial (...)
Principio de
adaptación. La
gestión de riesgos debe adaptarse a los procesos naturales, acompañándolos o
imitándolos. No se puede chocar de frente con la realidad del peligro, será
contraproducente. Es mucho más inteligente trabajar en la misma línea que el
río, porque este tiene, como hemos visto, mecanismos de regulación propios. Hay
que conocer bien el río para reconocer in situ y sobre la marcha esos
mecanismos y ayudar al río o, al menos, adaptarnos a lo se prevé que pueda
hacer. Este principio no solo es útil durante la crecida, sino también después,
ya que si el río ha cambiado el trazado o el tamaño del cauce lo más
inteligente es tratar de adaptarnos a la nueva situación en vez de obcecarnos
en volver a la situación anterior a la crecida. El río ha hablado y solo
reduciremos el riesgo si le escuchamos y actuamos en consecuencia (...)
Principio de
mitigación. El
riesgo cero es inalcanzable, salvo que renunciáramos totalmente a habitar un
territorio. Los riesgos no se pueden evitar ni se eliminan, sino que se reducen
o mitigan. Sobre todo nunca hay que creer que una obra de ingeniería va a
solucionar totalmente el problema, este es el origen de graves situaciones de
falsa sensación de seguridad, como veremos. Mitigar se consigue fundamentalmente
reduciendo todo lo posible la exposición y la vulnerabilidad (...)
Principio de prudencia
o de precaución. El
mayor proceso extremo está aún por llegar. Hay que estar siempre preparados
para lo peor, sin falsa sensación de seguridad, con cultura del riesgo, con
información. Este es el principio más importante, el que nos ayudará realmente
a reducir el riesgo, y sobre todo se alimenta de la experiencia en casos
antecedentes. Lo más prudente es que allí donde el río ha avisado, “ha mostrado
sus escrituras”, se actúe siempre con la máxima prudencia en el futuro,
reduciendo al máximo el poblamiento y la actividad humana (...)
Principio de
durabilidad. La
gestión de riesgos debe ser un proceso permanente, que no se puede abandonar, y
ambientalmente sostenible. Los planes de gestión de riesgos deben renovarse de
forma continua y sobre todo con cada nuevo evento que se incorpora a la
experiencia en cada lugar. Hay que pensar en las generaciones futuras tratando
de mitigar el riesgo de forma ambientalmente sostenible, como se ha sugerido
también por el principio de integración.
Principio de
resiliencia. La
sociedad debe aceptar la situación, aprender de cada evento y ser capaz de
recuperarse. Tal como reflexionó Charles Darwin, las especies que sobreviven no
son las más fuertes ni siquiera las más inteligentes, sino las más flexibles y
adaptables a los cambios. Si queremos seguir obteniendo beneficios de los ríos
y de las propias inundaciones, si queremos seguir viviendo junto a ellos,
debemos asumir que somos una sociedad en riesgo, pero preparada, adaptada y
prudente. Eso nos dará resiliencia, fortaleza y capacidad de reacción y de
recuperación ante nuevos eventos similares o mayores. Habremos podido mantener
nuestra exposición, pero habremos reducido al mínimo nuestra vulnerabilidad (...)
Principio de
responsabilidad.
Los vulnerables informados son responsables de su situación. Los poderes
públicos y los gobernantes también. Es fundamental que todas las personas en
riesgo estén informadas y conozcan su situación. A partir de ahí, si quieren
seguir con su ubicación y actividad pueden hacerlo, pero asumiendo el riesgo
con responsabilidad. Pueden suscribirse seguros o contar con declaraciones como
zonas de riesgo que permitan ciertos beneficios, indemnizaciones,
compensaciones, etc (...)
Alfredo Ollero Ojeda es Profesor Titular de Geografía Física del Departamento de Geografía yOrdenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza, investigador del Instituto de CienciasAmbientales de Aragón (IUCA) y Presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF).
Contacto: aollero@unizar.es
1 comentario:
Me resulta un artículo muy interesante y que, como problema relevante en España, debemos de tenerlo muy en cuenta. Las inundaciones, debido al mal acondicionamiento de nuestro suelo y a los escasos recursos para mejorarlo están a la orden del día causando devastadores resultados. Muchas gracias por compartir. Un saludo!
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