La deforestación es uno de esos grandes problemas del medio
ambiente cuyas noticias, pese a incidir de manera fundamental en nuestras
vidas, escuchamos como el que oye llover, anestesiados, al parecer, ante todo
peligro que no sea instantáneo y palpable.
Más aún ocurre si hablamos de la deforestación de la Amazonía , conceptos que
automáticamente unimos, lo que no evita, sino todo lo contrario, que sigamos
difundiendo las inquietantes noticias que no cesan de llegar. Precisamente la
agencia espacial brasileña (INPE) informaba hace unas semanas de los datos
recogidos vía satélite entre el 1 de agosto del 2012 y el 31 de julio del 2013
sobre áreas superiores a 25
hectáreas . Éstos revelan un aumento del 34% en la
pérdida de bosques aunque aún quedan por comprobar las áreas que ocupan entre
6,25 y 25 hectáreas ,
lo que podría confirmar los datos facilitados por la
ONG Imazon , que elevaba el porcentaje hasta
el 92.
La noticia tiene dos caras pues por un lado aparece lejano el intento
de reducir la pérdida de selva tropical en un 80% para el 2018 pero los
resultados actuales están muy por debajo de los que se daban hace cinco años.
Pero la deforestación, obviamente, no se limita a la Amazonía , y el relevo en
pérdida récord lo toma ahora el Chaco paraguayo, donde un estudio de la Universidad de
Maryland encontró la tasa de deforestación más alta en el mundo debido a la
presión de la ganadería. La zona de El Gran Chaco de América del Sur registra
una pérdida de 87
hectáreas por hora. Se da el caso, además, que la región
paraguaya es el último refugio de los Ayoreo, indígenas no contactados.
Pero más cerca, en Galicia, se identifican las consecuencias de
la deforestación provocada por los incendios forestales, otro asunto que
también tenemos asumido como inevitable, si bien su número se ha reducido
notablemente.
Según los cinco años de estudio de científicos del Instituto de Investigaciones
Agrobiológicas de Galicia, si bien la
cantidad de sedimentos erosionados tras los incendios no es muy grande, esta
erosión afecta a la parte más fértil del suelo, empobreciéndose éste al perder
macronutrientes como el nitrógeno, el calco o el fósforo y contaminando los
ríos con los micronutrientes como zinc o cobre que arrastran las lluvias tras los
incendios mientras que otro, el manganeso, al permanecer en el suelo con
valores elevados durante un año, interfiere la absorción de hierro por las
plantas.
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